Uno de los autores cuya obra tengo pendiente de lectura es Gregor von Rezzori, del que Sexto Piso sacará en breve la que dicen que es su obra maestra, La muerte de mi hermano Abel (con el permiso de La gran trilogía, que también quiero leer un día de éstos). Hace poco colgaron en la red un suplemento especial de Revista Crítica en el que varios autores escriben sobre Rezzori, además de incluir numerosas fotografías, entrevistas, relatos, fragmentos de sus obras y declaraciones y análisis por parte de, entre otros muchos, John Banville, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Claudio Magris, Elie Wiesel, José Aníbal Campos… De ese documento de casi 200 páginas voy picoteando despacio y poco a poco para instruirme acerca de su vida y de su bibliografía.
Pero vamos a comentar Un forastero en Lolitalandia. Se trata de un ensayo breve (en torno a 40 páginas) que Rezzori escribió para Esquire en los años 80. Aquellas páginas eran la crónica de su viaje por Estados Unidos tras las huellas (ficticias, literarias) de Lolita y Humbert Humbert, y por tanto de Vladimir Nabokov, uno de sus maestros. Como en todo viaje, el autor no sólo descubrió las diferencias entre la realidad y la literatura, sino que encontró algo de sí mismo, y encontró su particular visión de USA, que no coincidía con lo que imaginaba:
Esa era la América que yo me había imaginado durante tanto tiempo: bosques interminables en ascuas otoñales, y en un río plateado una canoa impulsada por un trampero vestido con una piel de venado con flecos, a popa un indio de pie y a proa un ciervo recién cazado.
Pero eso no fue lo que encontró. Lo que encontró fue lo siguiente:
De hecho, mi Lolita era América. Y yo di con su verdadera esencia en el Oeste, la única parte del continente o del mundo donde Disneylandia podría haberse inventado y haberse hecho realidad.
En esas 40 páginas Gregor von Rezzori demuestra ser un virtuoso de la palabra, y nos ofrece una mirada distinta a un país inacabable (en el sentido de que se ha escrito mucho y muy bueno sobre USA y se seguirá escribiendo y siempre habrá vistazos que no esperábamos). La edición es de lujo, como es habitual en Reino de Redonda (tapas duras, prólogos y epílogos, en este caso de Zadie Smith y de Javier Marías, respectivamente, e incluso los apéndices actualizados sobre Redonda). Y me ha convencido, aunque ya lo estaba, para seguir leyendo la obra de Rezzori, partiendo de este delicioso ensayo. Aquí van algunos extractos:
Tras semanas de viaje, empecé realmente a echar de menos a la gente, pues a medida que me adentraba en el continente cada vez veía menos. Vi cientos de kilómetros cuadrados de praderas ondulantes, divididas en propiedades con alambre de espino, pero ni una sola persona. Ni siquiera ganado. Sólo campos vacíos, en ocasiones durante uno, dos, tres días enteros seguidos. El centro de América me pareció un inmenso vacío entre los paréntesis de las dos pobladas costas.
**
Al final de nuestra etapa diaria, cuando llegábamos a nuestro destino, encerrados en la cápsula espacial del vehículo, en un estado de irrealidad, aislados del mundo que fluía frente a las ventanas del automóvil, teníamos la sensación de haber pasado a otra irrealidad.
**
Me di cuenta también de que aquellas zonas de luz y de vida prometida a lo largo de calles interminables eran realmente la América de Lolita. ¿Dónde si no podría haber encontrado en la vida tal acumulación de sus magníficas perspectivas: puestos de hamburguesas, perritos calientes y refrescos bien helados, tiendas de suvenires, máquinas de discos y de millón?
**
En la mente de cualquier viajero, su trayectoria es una acumulación incoherente de impresiones que nadan misteriosamente entre vacíos de memoria. Cuando recuerda, tiene que hacerse una y otra vez la misma pregunta: ¿Dónde fue eso?
[Reino de Redonda. Traducción de Christian Martí-Menzel]