LLUVIA
Abrió la puerta del coche y sonó igual que una cámara despresurizándose. Sacó la cabeza como imaginó haría el pez que vive en agua contaminada. El aire frío en la cara mitigó el ahogo. Pulsó el botón que abría su paraguas y salió sin preocuparse del charco al que fue a parar su zapato. Clavó el tacón en el agua sucia y al instante sintió frío el pie, un frío húmedo y terroso al que apenas dio importancia. Pasó entre dos coches aparcados para llegar hasta la acera. La premura por llegar hasta ella no le hizo vez la pequeña bola del remolque que uno de los coches tenía en su parachoques trasero. Fue un golpe seco y certero, hueso contra acero, con la única protección de una finísima media negra en la que apareció una carrera que al instante bajó hasta el empeine. No se miró la pierna. Si lo hubiera hecho habría visto el color morado que inmediatamente cobró su espinilla. No hubo corte, ni sangre, pero sí dolor. Quiso no cojear, pero no pudo...