Tomas falsas

Era un anochecer blanco como una sábana. El frío hundía sus pulgares sobre mis sienes. Yo iba detrás, tendido de espaldas en el maletero. Sentía que era como aquel personaje, Owen Brick se llamaba, que Paul Auster mete de pronto en un hoyo y que, cuando despierta, no tiene ni idea de cómo ha ido a parar a ese agujero cilíndrico. O ese niño que Jesús Carrasco coloca en un agujero de arcilla desde donde escucha el eco de las voces que lo buscan. En verdad te pareces al primero. A Owen, como a ti, lo metieron allí contra su voluntad. El niño, sin embargo, se escondió en el escondrijo por iniciativa propia, eso sí, escapando de un mundo absurdo y violento. Eso recuerdo ahora en esta oscuridad por la que ha empezado a entrar muy lenta toda la niebla del mundo.

El coche avanza. Se te pasan todo tipo de cosas por la cabeza. No es el maletero un lugar que suelas frecuentar muy a menudo. No es el bar que está debajo de casa donde lees el periódico, ni el taller de la esquina donde muchas veces has cambiado las ruedas. Tienes que mentalizarte: vas encajado en un espacio estrecho, entre herramientas, botellas refrigeradoras y periódicos con noticias que, quizás, abren a cuatro y que ni siquiera sabrás nunca lo que dicen.

Si gritas, nadie te escuchará. Si lloras, te hundirás en tu propia agua. Si respiras rápido, de un momento a otro estarás inconsciente. Es peor que aquella vez que te quedaste encerrado en un ascensor. Al menos había una luz que se apagaba y se encendía como en un motel de carretera. Al menos llevabas el libro que estabas leyendo y pudiste pensar en otra cosa mientras escuchabas la tormenta precipitarse sobre el tobogán y el vacío del parque. Ahora solo silabeas una y otra vez que la línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes… Así sí que vas a enloquecer. Así, repitiendo a Borges, no saldrás del laberinto.

De repente el coche impacta con algo. Es un golpe seco. El maletero se abre. Durante una fracción de segundo piensas que es imposible. Que en verdad estás en tu sofá viendo el capítulo de Ray Donovan en el que Ezra, que padece un tumor cerebral, choca contra un tronco y, en la alucinación que le produce la enfermedad, cree que ha atropellado a un hombre. No, no. Aquello no es Ray. Ni es una simple toma falsa de Fargo. Es algo más serio. Es tu oportunidad de empezar a correr. Sí, antes de que Malvo o quien maldita sea que conduce el coche, venga y te encuentre. Correr ya, por la tierra, la niebla o la nieve…

Publicado en https://dekrakensysirenas.wordpress.com/

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