La gran metáfora
En mi casa, ese lugar donde arrojarse adentro, voy de la cama al baño y del baño a la cocina. Hago el desayuno, espero que despunte la mañana con ese crepitar de espejos que me reflejan como hormiguita viajera, pienso en el amor mientras limpio el piso con perfumes de limón como si los hubiera cortado de una planta en medio de un jardín y tiemblo. La poesía me contesta desde una de las habitaciones que la luz está encendida. Apago y me quedo en silencio como una gran metáfora: él va a llegar, cruzará mi nombre, las sombras, dará el beso, pedirá ya la merienda con esa orfandad que le es propia mientras yo, en una felicidad idiota, prepararé las manos y el sexo para entregarme porque después se acostará desnudo sobre mí y sobre mi felicidad, aplastará con sus costillas la respiración acompasada de un antiguo sufrimiento y gemirá. Todo estará en calma, pienso. Ahora la gran metáfora va a desaparecer para germinar mi casa entera, se esparcirá como el semen de una rama cortada, como la felicidad idiota, imbécil de creer siempre que el viento entrando por la ventana teje los bordes de la casa que sueño.