OLGA NOVO
De lo que hablo es de desnacer
CHANTAL MAILLARD
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Nunca anhelé la fertilidad y sin embargo fui madre antes de tiempo. Demasiado pronto, animal obsceno. Niña con una niña dentro. Presiono suavemente la piel de mi vientre, la piel de mi pecho. Cuánto ha sucedido aquí. Cuánto ha sido entregado. Crear una vida. Apagar una vida. Ambos son gestos de amor hacia el hijo, con la diferencia de que, en uno de ellos, la mujer se detiene y piensa en sí misma. No así. No ahora. Egoísta o temeraria. Estúpida. Estúpida. En cualquiera de los casos el sentimiento de culpa se elevará con sus ecos. Reconozco que arrojé el test de embarazo contra la pared. Reconozco el desgarro. Reconozco que mi voz cambió para siempre. Hasta qué punto mi cuerpo existe como realidad y no como un objeto dirigido por otros. Hasta qué punto mi cuerpo es un espacio propio. Nunca anhelé la fertilidad y sin embargo permití que creciese un panal entre mis huesos. Desde entonces mis manos conocen la suciedad del mundo, mis manos conocen el asco. Permitiremos que el hombre no se identifique con el hijo. Permitiremos que la mujer ingrese en las sombras. Permitiremos que la vida la arrastre hacia sus límites. Desde entonces he aprendido a existir en dos cuerpos. He cerrado mis heridas. Se han irisado mis bordes. Me detengo en el dolor sólo si voy a transformarlo. Joven, aún eres joven, me dicen. Aún podrás trenzarte en una familia. Aún podrás eternizar el círculo. Pero no deseo más hijos. Mi familia está completa, mi familia ya es real y respira entre mis brazos. Asumo nuestra belleza y asumo las pérdidas. Con frecuencia me pregunto qué siente una madre cuando un padre la acompaña, como extensión del cariño, como existencia simultánea. Con frecuencia me pregunto qué siente una madre cuando su sociedad la acompaña.
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