Quizá la fiesta más lisérgica a la que acudí y se llevó a cabo en mi ciudad natal, en el Pub que regentaba Pancho. Ni la habitación de Clarice llegó a los límites del Cocktail con el que Pancho agasajó a sus mejores amigos. Ambos teníamos entonces dieciocho años y estábamos finalizando el año 1988.
Pancho me avisó para trabajar esa noche, así, de repente. Fue justo en la época en la que aún éramos pareja. Por aquel entonces yo le echaba una mano en el Pub, sobre todo los fines de semana, pero aquel día era jueves, no festivo y preparaban una fiesta muy especial. Me lo explicó muy por encima y decidí acudir, más que nada, por miedo de que alguno se sobrepasará con el LSD y quedara prendido del séptimo cielo para siempre. Pensé rápido y dije que sí, pasándoseme por la cabeza que Pancho se iba a exceder puesto que era muy amigo de los llamados trippis, y sí yo estaba cerca, en cierto modo quizá pudiese llevar las riendas de su subidón, para que la bajada fuera más suave. Respecto a decirle que no jugará tanto con su cerebro, pasé, en aquella época estábamos de descubrimientos y no hacía caso de nadie ni de nada.
La fiesta consistía en diluir los ácidos en cocktail y cada comensal podía tomar un chupito mini. La concentración no se sabía con exactitud por lo que se fijó esa cantidad como máxima, pero a la hora de la verdad, casi nadie lo respetó. Yo me encargaba de controlar un poco el tema, estaba completamente limpia, el ácido me daba tanto miedo tratándose de mi mente, que no probé, fui testigo y espectadora de un espectáculo digno de Fellini.
El Pub de Pancho tenía un pequeño hall a la entrada donde podías acomodarte, después, un pasillo que era recorrido por la barra y al fondo una especie de sala donde te podías sentar o bailar. También tenía taburetes a lo largo de la barra. Las paredes del fondo estaban decoradas con motivos pop art, una y pura Psicodelia, la otra. La cabina del pinchadiscos estaba justo al final de la barra, dando de frente a este último recodo. Y allí, justo en ese último, el espacio estaba bajo la iluminación de una lámpara, que imitaba los colores del arco iris, haciendo fluir una especie de ondas tipo burbujas psicodélicas.
Una de las personas a las que más se les fue la onda fue, Jesús, un asesor fiscal, seriote, de unos 35 años. Me pidió cocktail varias veces, le expliqué que era un chupito por persona pero se negaba a entenderlo, quería colocarse y quería hacerlo ya, así que a la primera de cambio, aprovechando que yo estaba en ese momento poniendo música y la fiesta empezaba a ser francamente efervescente y risueñamente ácida, se adueñó de la coctelera y no sé cuánto bebió, pero sí sé cómo acabó. Como tantos otros a lo largo de un party que se alargó casi hasta el mediodía del viernes.
En un momento dado, Jesús me dijo que se iba a casa, le encontré tan afectado que le acompañé a tomar un taxi al que previamente llamé, pero no podía dejar a Pancho solo con toda una pandilla de ácido hasta las trancas en su local y él colocadísimo disfrutando de un estupendo viaje, tal como él lo calificó posteriormente. Parece ser que Jesús llego a su casa en el taxi pero fue incapaz con las carcajadas que le dejaban sin fuerza de conseguir subir las escaleras, poco a poco fue reptando por ellas, mientras el ácido no dejaba de subirle. Fue tal su colocón que el temor y el pánico se apoderaron de él, no sin antes recordar que un vecino del edificio era psiquiatra, Don Julio. Jesús fue reptando escaleras arriba hasta la puerta de Don Julio, logró con gran esfuerzo llamar a su timbre y le explicó, tirado desde el felpudo, que se encontraba bajo los efectos del ácido lisérgico y que venía de una fiesta privada en un Pub donde había una pandilla que quizá corría peligro. Jesús tuvo que ser ingresado, no volvía en sí desde su mundo incontrolado, en el que las cosas y las personas crecían y decrecían a su antojo, saltándose la realidad tal y como la conocía.
Don Julio, en un gesto de humanidad y amabilidad, se dio una vuelta por el Pub, yo misma le abrí la puerta. Reconozco que aluciné cuando a eso de las ocho de la mañana se presentó en calidad de Psiquiatra para ayudar a los que quizá necesitaran aterrizar y a la vez me sentí mucho más tranquila. Hilé rápido y pensé en Jesús, Julio era su vecino, un hombre muy especial y amigable que con los años pasó a ser mi psiquiatra, pero tuvo para ello que transcurrir más de una década. Así fue como, de repente, entre los miembros del party, estaba un psiquiatra en privé comprobando las pulsaciones de los más afectados, las pupilas, la actitud. Fue una noche tan agitada que no recuerdo con exactitud a quién más ingresaron. Lo que sí recuerdo, y a día de hoy me hace partir de risa, es a Charly robándole el carrito al barrendero y explicándonos a todos, mientras empuñaba la escoba, que el coche no le arrancaba y que no entraban las marchas. El barrendero no daba crédito, intentaba dialogar con él pero Charly estaba en otra dimensión.
Un rato más tarde varias personas más salieron del Pub, tomando caminos dispares que a lo largo de los siguientes días nos fueron narrando. Cada uno era una historia en sí misma. Está, por ejemplo, aquella chica de Zaragoza tan preciosa que acabó en la cama con un chico bastante mayor que ella y de pelo largo, detalle que en un momento dado le hizo ver a Jesucristo, salir pitando de allí con muy mal rollo y tirarse en plancha a pedir disculpas en la Basílica de San Isidoro. El cura que la encontró la tuvo que calmar, puesto que en su letanía no dejaba de suplicar y gemir perdón. Imagino que su educación influyó en esa moralina a bordo del trippi. Su cara al día siguiente era un poema: el rimel corrido, el llanto que no cesaba. Lo suyo fue un mal viaje. Pero los hubo de todos los gustos. Yo, por si acaso, no me aventuré. Pancho se acercaba a mí de vez en cuando y me decía, "cariño, ahora tú llevas el timón, eres la única del grupo que está serena. Confío en ti. Me dejo llevar".
La música acorde con el party no dejó indiferente a nadie. Pinchamos una selección de oro lisérgica y a las "25 horas en punto" el que no se había retirado a dormir su viaje, estaba liándola por la ciudad. Como Andrés, por ejemplo, que apareció cuatro días después sin saber explicar dónde transcurrió ese tiempo, con la mirada entre lobo y desquiciado y sin zapatos.
Por supuesto no fallaron en la fiesta temas como: "25 o'clock" de The Dukes of Stratospear, Sus Satánicas Majestades con su "2000 light years from home" o "Citadel", Syd Barret, Pink Floyd, Thirthteen floor elevators, Rocky Erickson, "Itchyco Park" Small faces, Los Electric prunes, Jefferson Airplane, Jimy Hendrix, Multicoloured Shades, "Sargent Peppers" de los Beatles, "Picnic Caleidoscopico" de Los Negativos, los Love...
En este party no estabas tú, en esa época aún vivías en Ibiza. Pero llegó a tus oídos y, te gustó saber que sólo yo conservaba los sentidos intactos y fui timón, y no pasajera. En realidad, tú siempre aborreciste que yo en cierto modo imitara algunos de tus hábitos, básicamente la futura Ruleta Rusa. Pero eso pertenece a otro capítulo.
Patty Bolan, de Ironías y la Montaña Rusa (Ediciones Mundo Lumpen, 2015).