Espera, ángel o demonio, blanco o negro, si o no, y le rugen las ganas y se le anudan las tripas en ese deshojar la margarita que la atenaza y le hace saltar y quedarse pensativa ante la posible respuesta, y fluye a contramano y se distrae a ratos pero el enigma del laberinto la pierde, y se repite la pregunta, y la grita y la mece y la acaricia y la imagina, y luego se reprime y baja la mirada y anuda las ganas que se le salen por la boca y las manos como leche de ubres a rebosar. Cuando llega la respuesta, la ha acariciado tanto que le sabe a poco, a ya vivido, a “deja vu”.