Una tarde cerré la bombona y me tendí boca arriba sobre una frase leve. El viento no paraba de narrar. Me hice el muerto y noté los haces de luz que se filtraban por los huecos que dejaban las palabras al moverse. Parecían trozos de corcho bailando sobre la superficie de una bañera. Era pura ligereza haciendo de contrapeso frente a la compacidad del mundo.
Mientras pensaba en lo cómodo que me sentía allí, entre todo aquello que no pesa, mientras palpaba el placer de vivir a las afueras de las frases largas que se extienden como hectáreas de algodón, llamaron a la puerta. Abrí y una mujer que se parecía a Alejandra Pizarnik me miró con los ojos secos y me indicó:
– ¡Usted se parece a Luis Reguero!
-Yo soy Luis Reguero -dije.
-Bien, entonces es normal que se le parezca.
Me dio un papel con algo escrito y desapareció por las escaleras, como si hubiera caído al vacío por la ladera de un punto y aparte. Fui corriendo hasta la ventana y vi como la mujer, que a lo lejos tenía los rasgos de la poeta Anne Sexton, subía a un Cougar rojo, abría las ventanillas, daba varios tragos a una botella y se largaba por la carretera que partía al pueblo en dos mitades, como cuando Darwin rompía los libros gordos para sostenerlos mejor.
Abrí el papel. La letra era fina y acelerada, como si la hubiera escrito con la punta de un relámpago. Entonces leí: “Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humanidad, no orgullo. Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más. Disculpen las molestias”. No lo firmaba ninguna Alejandra. Ni ninguna Anne. Lo firmaba Sylvia Plath. ¡Madre mía, Sylvia Plath! ¿Era eso posible? Sylvia llevaba muerta desde 1963. El 11 de febrero de ese año acostó a sus dos hijos, encendió el horno, metió la cabeza y se suicidó.
Cené solo junto a la ventana. Tenía hambre de realidad. Escribí un par de tuits. Uno de ellos decía: “La luna es una adicción”. Y me quedé mirando la levedad de la luna mientras leía los tuits de Juan Tallón, Belén Bermejo, Juan Cruz, Hilario J. Rodríguez y Pattidifusa. Por lo demás ese día no pasó gran cosa que digamos.
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