Ella es un mal trago de whisky. Una inyección de etanol que atraviesa mi sistema nervioso para llevarme desde la euforia hasta la confusión, deteniéndome en la tristeza como si fuera una estación de camino al más profundo dolor donde se ralentizan los movimientos del alma. Estoy borracho, lo sé. Pero continúo bebiendo y fumando yerba porque hoy me apetece perder la consciencia. Porque hoy los pensamientos y los recuerdos me pueden; me vencen en esta lucha silenciosa que poco a poco me va destruyendo porque no encuentro el camino en este mapa de melancolía del que desconozco la escala y el trazado, porque la brújula ahora sólo señala al infierno. Estoy bebido, ebrio, mamado, achispado, curda, moña, beodo, ajumado, borracho, chumado, pedo, tajado, chuzo, bolinga, merluzo, ciego, entablonao, trompa, jumo, bufado, tostado, cogorza... con una melopea que está marcando acelerado el ritmo principal de mi tragedia.
Y sigo bebiendo.
Quizá lo haga hasta que llegue al delirio. Quizás hasta que las imágenes que tengo en la mente se disuelvan. Quizás hasta que llegue a rastras a mi casa y caiga inconsciente en la cama y me duerma desmayado. Sin la consciencia de que aún existo. De que ella se ha ido con otro. Con otro que es mejor que yo. Un puto payaso que es mejor que yo.
Me estoy emborrachando y sé que mañana me arrepentiré, porque quizá el dolor de la soledad y de la ausencia sea mayor aún con la resaca.
José G.Cordonié, de El amor es un revolver cargado por el diablo (Lupercalia, 2015).
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