El Cinéfilo bien temperado. Qué difícil es ser un dios (2013, Aleksei German).

Los hermanos Strugatski fueron unos escritores rusos de ciencia ficción que a mí me sonaban por ser los autores de Picnic extraterrestre (1977), novela que no he leído en la que se basó el cineasta filósofo enemigo del entretenimiento D. Andrés Tarkovski para realizar su hermosa pero soporífera Stalker (1979). Recientemente me he enfrentado a otra película rusa basada en otra novela de los Strugatski Bros: Qué difícil es ser un dios (1964; tampoco la he leído). 

La película, de casi 3 horas de duración rodada en glorioso blanco y negro, se titula... efectivamente...

Qué difícil es ser un dios.


La novela va de lo siguiente. Resulta que los terrestres descubrimos (año 2153) vida inteligente en un planeta llamado Arkanar. ¿Inteligente?, bueno, todo lo inteligente que puede ser la vida de unos seres que se nos parecen muchísimo pero que viven sumidos en el equivalente arkanaro a la etapa más oscura de nuestra Historia terrestre: la Edad Media. Es decir, los habitantes de Arkanar viajan perpetuamente al corazón de las tinieblas de la Razón, un lugar donde los sabios son pasados a cuchillo (y cosas mucho peores). A Arkanar llega el historiador Anton Konstantinovich Malyshe quien, bajo la identidad de Don Rumata y con la apariencia de oficial de Guardia Real de la Casa Estor, convive como observador terrestre soportando, con impotencia, el mandato de no intervenir ni interferir en el curso de la bárbara y brutal historia arkanara mientras se pregunta cuándo llegará el liberador Renacimiento arkanaro...

O sea, resumiendo: 

Qué difícil es ser un dios
es el reverso tenebroso de
Un astronauta en la corte del Rey Arturo.

Y ahora la película.


Para que entiendan la experiencia que supone ver Qué difícil es ser un dios, permítanme una licencia comparativa.

Imagínense que están ustedes tan ricamente disfrutando en Madrid de su Museo del Prado contemplando esa maravillosa pesadilla pictórica que es El Jardín de las Delicias de El Bosco. Y, ensimismados, acercan sus hocicos a la tabla en cuestión para horripilarse ante ese grupo de figuras que desfilan por la parte infernal del tríptico. De repente, alguien les propina un buen puntapié en su trasero y sus mortales cuerpos pasan a vivir en ésa (o en cualquier otra) obra del pintor neerlandés. Y encima en blanco y negro.

Pues eso es Qué difícil es ser un dios.

No se pierdan la que es, posiblemente, la película más churretosa de la Historia del Cine. Es el homenaje que se merece su director, Aleksei German, quien se tiró media vida intentando sacar el proyecto adelante, más de una década de rodaje y todo para morir poco antes de finalizar su montaje, es decir, que este buen señor no pudo verla finalizada ni estrenada. Descanse en Paz. Desde aquí le agradecemos su esfuerzo y calificamos el resultado de sobresaliente. Imprescindible.

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