La sucesión de mujeres asesinadas por sus parejas nos coloca a los hombres ante nuestros peores demonios. Es difícil no sentir vergüenza de género, nauseas, indignación… Durante años rechacé el concepto “violencia machista” al parecerme un puro ejercicio de reduccionismo. Detrás de cada asesinato, cada paliza, pensaba que tenía que haber una explicación “racional”, ya fuera el alcohol, la marginalidad, las enfermedades mentales… Pero esa larga y fría lista de víctimas, más de 1.000 mujeres asesinadas desde 1999, los titulares que apenas duran dos días en primera plana, aumentan sin cesar pese a las campañas de prevención y las nuevas medidas judiciales… Y nos coloca a los hombres ante la urgente obligación de buscar entre nuestros fantasmas y demonios las atávicas causas de esta lacra
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