La princesa de Praga

Por: Juan Manuel Aguilar

Te despiertas, hoy es el día. Apenas si puedes creerlo, ¡vas a viajar a Praga! Es difícil para ti ya que has soñado con la ciudad de los castillos cientos de veces y te cuesta imaginar que en pocas horas podrás verla.

Tu equipaje está listo, tu pase de abordaje impreso y bajo tu brazo. Tomas un taxi que te lleva al aeropuerto internacional de la Ciudad de México y lo primero que haces al llegar es preguntar dónde está tu terminal. Observas como imprimen tu boleto y te lo entregan, ese es el pase que te llevara a la ciudad de Franz Kafka y Milán Kundera.

Es una sensación extraña la que te aborda con aquel objeto en tus manos, la emoción es intensa, no puedes esperar. Quieres ver el Gueto de la ciudad e imaginar al Golem caminando por sus calles, visitar el café Louvre donde Kafka se reunía con Max Brod y otros tantos de sus amigos a discutir de literatura, así como ver las avenidas por las que desfilaron los fatales tanques soviéticos que aplacaron las revueltas de la primavera de Praga.

Podrías seguir delirando pero oyes en las bocinas el número de tu vuelo, ya es hora, debes abordar. Compras un par de cosas indispensables, una botella de agua, un libro para entretenerte, quizá una barra de chocolate. Después te diriges al avión que te llevara a tu destino.

Una vez en tu lugar las aeromozas te dan las indicaciones pertinentes. El avión despega y ves convertirse a tu país en un sinfín de puntos lejanos. El servicio es bueno y cómodo, a la par que el personal es atento y amable. No obstante, lo que más te agrada es la compañía de la persona que se encuentra sentada a tu lado. Una hermosa mujer de rasgos eslavos la cual es cordial e inicia una conversación contigo.

Estás nervioso, balbuceas y hablas sin parar. Te preocupa hartarla pero ella es demasiado condescendiente. Le dices que visitar Republica Checa, y en especial Praga, ciudad de la que es nativa, es un sueño para ti.  El tiempo pasa y no logras callarte hasta que te das cuenta de tu falta de educación. No has preguntado su nombre.  Libuše, responde ella con una hermosa sonrisa y sigues con tu conversación hasta que los dos deciden dormir un poco.

Cuando despiertas todos han bajado del avión. Libuše no está y piensas que su existencia fue solo una fantasía. Pero lo que es real es que ya estás en Praga.

Sales a la calle y quieres conocer todo: el jardín del Palacio Wallenstein, el teatro Nacional, la ciudad Vieja, así como las sinagogas y el cementerio Judío. Es un día largo y pese a que tus pies amenazan con matarte no te detienes. Terminas el día con un par de cervezas en el santuario de uno de tus escritores favoritos de todos los tiempos: Kafka y su tan querido Café Louvre.

Te quedas ahí hasta muy tarde, incluso cuando ya no hay nadie. Cuando te dispones a irte un desconocido entra al local y se ofrece a hacerte compañía, es algo muy extraño, o el habla español o de la nada parece que entiendes el checo.

Te cuenta una historia: “una vez una princesa soñó con esta ciudad, dijo que estaría en medio de un bosque donde un empinado acantilado se eleva sobre el rio Moldava, en un sitio donde su gloria tocaría las estrellas” ¿Cómo se llamaba aquella princesa?, lo cuestionas. Libuše, es su respuesta.

Sales a caminar en el fresco de la madrugada y piensas en lo que te ha pasado. ¿Es una extraña coincidencia? La duda te vuelve loco y sólo la corriente de las aguas del Moldava que ves sobre el puente Carlos logran calmarte. Piensas en las dos Libuše, la princesa y la que conociste en el avión. Ambas son de Praga, la ciudad que con su gloria  parece tocar el cielo. La ciudad a la que has llegado y es más bella a cómo la idealizaste en tus sueños.

Imagen de Pixabay

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