Cuenta la leyenda que en las noches oscuras, podía verse titilar una luz en las montañas. Danzaba en las sombras, bailaba en los árboles y rondaba el viento suave.
Muchos lugareños subían en las noches de verano para dormir al raso y descubrir el misterio de aquella pequeña luz. Nadie conseguía encontrarla a pesar de buscar por todo el lugar, pasando la noche en vela. Al regresar a la mañana siguiente al pueblo, muchos decían haberla visto desde sus ventanas, pero los aventureros volvían con la desilusión en los ojos.
Tal era el misterio, que eruditos de todos los rincones visitaban el lugar y analizaban cada rincón con extraños aparatos. Algunos decían que era una acumulación de luciérnagas, otros que un efecto óptico al reflejarse la luna sobre algún charco de agua.
Un día, un muchacho que siempre veía la pequeña luz, decidió aventurarse a descubrir el misterio. Al llegar al lugar donde se producía el efecto, no encontraba nada. Agotado, los párpados vencieron la batalla y se quedó dormido.
Fue entonces cuando sucedió. Una ligera brisa movió las ramas cercanas. El viento levantó pequeñas briznas de hierba a su alrededor. Un silencio extraño envolvió el lugar, y de repente, la luz comenzó a brillar. El muchacho recuerda levantarse y seguir el pequeño haz, que brincaba por las hojas, las rocas y las flores.
Consiguió alcanzarla y vio un muchacho con cara pícara que brincaba y reía sin parar.
– ¿Quién eres? – preguntó el joven asustado.
– ¿Quién eres? – respondió la voz pícara del extraño ser luminoso.
Vaya, parecía que era un ser juguetón y que no sería fácil…volvió a intentarlo.
– Soy Roby, un granjero del pueblo, no voy a hacerte daño.
– Soy un sueño, pequeño Roby.
– Algo es algo – pensó Roby – a ver si consigo saber más.
– Y dime…¿no tienes nombre?
– Tengo mil nombres y ninguno. Depende de quién sueñe. Para los más fantasiosos soy un duende o un hada, con nombres de lo más curiosos. Para los más escépticos solo soy una luz de un faro o una luciérnaga. Algunos incluso creen que soy la respuesta a sus dudas y para otros únicamente una ilusión.
– Pero…¿cómo puede ser? Tienes que tener un nombre, una edad…si no, no existirías.
– Existo, si crees que existo. Ha sido así desde siempre.
– ¿Desde siempre? – cada vez Roby estaba más confundido, pero tenía que conocer el secreto. – ¿Estás diciendo que eres inmortal?
– Ni mortal ni inmortal, ni bien ni mal, no soy celestial pero tampoco del mundo real.
– ¿Cómo llegaste aquí?
– Como todos los demás. Cuando el sol choca con las montañas, miles de partículas se esparcen, creando pequeños seres de luz que nacen de los sueños de aquellos que miran el atardecer.
– Entonces…¿hay más como tú?
– Si, estamos en los pensamientos de los que duermen. Somos parte de las esperanzas y deseos. En el cielo puedes ver muchos más como yo.
– ¿Te refieres a las estrellas? Pero las estrellas no brincan como tú.
– Las estrellas, como tu las llamas, son las más antiguas luces que nacieron, tras miles de años de brincar, se quedaron quietas en el firmamento, para que la gente siguiera mirando al cielo.
– ¿Y dónde estamos ahora? Parece el mundo real, pero no lo es…¿verdad?
– Estás donde las horas no pasan, donde la luz es más fuerte y más débil. Donde las aves no vuelan, donde las nubes no llegan. Estás en tus sueños, donde todo puede ser y donde nada es.
Cada vez se sentía más confundido, casi mareado. Pero no tenía miedo y aunque todo parecía de lo más normal, el joven Roby, sólo estaba teniendo un sueño. Os preguntaréis porqué nadie había tenido tal sueño antes. Y es que nadie se quedaba dormido en aquél lugar para buscar la pequeña luz. Pero la luz es parte de los sueños y despierto no podías verlas.
Roby, sin quererlo, se había quedado dormido con tal deseo de conocer el misterio, que sus sueños se habían hecho realidad. Roby quería seguir hablando con la pequeña estrella.
– Entonces no eres real, eres un fuego fatuo, una mentira de la mente.
– No Roby, soy una ilusión, que existe para que siga la esperanza de la gente. Si fuera una mentira, desaparecerían los sueños y sin sueños la gente no tendría ganas de vivir. Todo se convertiría en monotonía, en desilusión, en una rutina triste.
En ese instante, un escalofrío recorrió la nuca de Roby. Se despertó. La luz no estaba. Un instante antes podía casi tocarla y se había desvanecido. Había resuelto el misterio de la luz, pero no se lo diría a nadie. Sabía que la gente tendría que seguir creyendo en hadas y duendes para que se mantuvieran las fantasías. Como luces en la oscuridad.