Inventó una enfermedad psiquiátrica
- con lo duro que es estar enfermo en serio -:
si supieras el sabor de los ansiolíticos y los antidepresivos,
el ir semana a semana a encontrarte con un tipo de gafas
que hace que te escucha y anota pavadas en una agenda
para luego darte una receta,
aumentar la dosis de calma.
Inventó querer suicidarse
sus marcas no eran tales:
apenas cruces y tachaduras en las páginas blancas de un viejo cuaderno.
Inventó una internación
la gente oraba a modo de redimirla,
le dedicaban lecturas, algún poema o una canción.
Inventó el dolor
le resultaba fácil acercarse a través de la lástima:
"Ey miren cuánto sufro acá encerrada, cómo me maltratan, quiero ir a casa..."
Inventó historias
inventó otras
inventó más
inventó ser actriz de su propia farsa:
actuó cada detalle de un amor inexistente.
Inventó
inventó
inventó.
Mientras el mundo nacía y moría cada día un poco más,
ella siguió adelante con su vida de película.
Después de todo, era algo muy parecido a la felicidad.
Su felicidad.
Su felicidad.
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