EKNORFU PALIG (aka TOÑO PEDRADA)
(Memorias de un androide)
En el año 78 fue el shock. Pasaba por la plazuela de s. Martín con unos amigos cuando empiezo a sentir en el aire unos ecos metalizados procedentes de La Ruina, el disco-bar pionero en León, de memoria imborrable para muchos de nosotros, por su volumen de audio, jamás superado, y otras virtudes no menos despreciadas por nuestros papás, y único lugar del que podían provenir aquellos sonidos aún no computados por mi cerebro y el de otros muchos, según comprobé instantes después cuando separándome de mi grupo de amigos y magnetizado por la música que estaba oyendo, dirigí mis pasos hacia este local como si fuera un ratón-fan del flautista de Hamelin. Pero no era yo el único ratón alterado, ya había una horda, entre los que se encontraban futuros integrantes de Los Cardiacos, con la cabeza tan puesta del revés como la mía en cuanto me acerqué a los altavoces: lo que sonaba era Devo, que sería una de las influencias que marcarían nuestro proyecto de grupo, tanto musicalmente como en la puesta en escena, rescatando del pasado una imitación de androide que hacía años había practicado por diversión, cómo no, pero sin un disfraz adecuado que poco después confeccionaría para nuestro debut y en la canción "Y sin fruta", con unos materiales tan básicos como unas chapas de okume, un conjunto interior de hombre en felpa (marianos y camiseta), el motor eléctrico de un juguete, unas bombillitas intermitentes, unas pilas Tximist como fuente de energía, esmalte de purpurina para toda la superficie exterior y un pequeño rcassette incorporado y disimulado, con la grabación del ruido de una máquina de pinball. Todo esto fue sorpresa y delicia y hasta terror- alguna cara vi por la mirilla- para la gente que acudió a estas actuaciones. Para mí, encargado de la fabricación y utlización, unos días de trabajo artesano y un montón de ocasiones de ver, a través de los pseudo-ojos compuestos de este robotizado artefacto, la expresión estupefacta de las más cercanas caras entre el público, y protagonizar los tropezones y enganchones al salir a escena a causa del aparato locomotor, del número 64, aproximadamente, y la altura y rotación de las antenas que coronaban la escafandra cuadrada y que contribuían de forma decisiva en ese punto para nuestro regocijo.
Eknorfu Palig, en Regresiones (Ed. Lupercalia, 2015).