Algunas cartas para Gabriel

16 de noviembre 2013

Me lavé los ojos durante toda la tarde para verte llegar mejor. Ya en la noche mi pájaro se desvaneció y lo dejé en la tierra para que crezca erguido en su millón de plumas rojas. Hoy es el día de la muerte. Hoy el universo se hizo ilusión de tumbas mientras tu voz no ---
Me voy a lavar el cuerpo completo. Ahora. Siempre. Como si fuera un lenguaje esclavizado entre tus manos. Claro, tus manos. Que nunca. Pero siempre. Así. Y el agua celebrará ser agua fundiéndose y por suerte hay desagüe. Todo mi cuerpo en el desagüe. Porque tus manos, ¿dónde?
Querido, tus manos, dámelas. Por favor. He dicho por favor.



17 de noviembre 2013

Querido, como te dije; he lavado mi cuerpo durante horas. El agua hervía en mi espalda y hacía sonidos de partirse en dos, esa rojura de tu nombre cristalizándome desde la nuca. Acá se llora un cúmulo de flores resbalando, desperdigándose por entre los huecos (esos espacios redondos parecidos a mis ojos).
Soy una mujer blanca, ahora. Está tu nombre todavía gironeando entre mis manos. Te digo, esa lluvia me lavó mejor los pulmones y aprendo nuevamente a respirarte el fantasma.
También llueve dentro de las tumbas. No sabía que la blancura que sostengo puede contener un cristal rojo, más rojo que un fuego y arder. Es una familia de fuegos que van saliendo de mi boca, como una desnudez para levantar una plegaria, alzarla en comunión y decir: dónde están las manos que hicieron semilla.
Un día tu voz se arrancó una muerte y vino a que la escuchase. Un día donde hablar no era estar yéndose sino hacer un viento para siempre. Yo hoy lo recuerdo porque la memoria es una vejez borrada. A veces abro libros y escondo la cara y huelo el peso de buscarte. Cada palabra es un hueso, o el filtro de tus cigarrillos. Algo. Un lunar. Pero de tu boca el amanecer. Y tan nieve ya, en este momento. Los espejos tiemblan y ni siquiera importa. Pero tiemblan porque reconocen cuando voy a interrogarlos diciendo: dónde está. Mi cara como una mancha de café ahí, el cuerpo lavado para nadie, y llorar porque tan nieve.
Decías que una película sobre mi vida te costaría la vida. Yo solamente escuchaba, te dejaba fluir como si estuviera escribiéndote y no pudiera parar de repetir tu nombre. Como apoyar los labios al borde de una copa rajada y qué importa el filo, qué es la sangre sino este reverbero de transparencias derrumbadas en mí.



18 de noviembre 2013   

Querido, ahora y acá y el cigarrillo y yo sola fumando y el humo batiendo sombras, hay que respirar. El agua del vaso está caliente. Bebo igual. Dijiste caballo de nieve o mujercita tierna, como sea, el humo aquí, no vaya a ser que agonice por cosas insustanciales. Alguna vez moriré de tanto fantasma ahorcado aleteando mientras aspiro.
Sobra mi ausencia en esta carta.
Están mis dos tetitas lácteas esperando que seas hijo. Pero qué es un cuerpo.
A veces digo que la materia se llena como agua de estanque, esa mugre donde aprendí a revolver para buscar una perla.
Estiré las manos hasta el fondo, me sumergí  donde empieza el error.
Yo no sé, Querido, a quién debo reclamar estar nacida, esta sangre hirviendo para nada, para nunca.
Siempre.



19 de noviembre de 2013

Quisiera escribirte poemas terribles como las escritoras terribles. Esa terriblura honda que veo agonizar en mi ventana. Yo no estoy loca, pero ahora pienso en la muerte. ¿Te acordás cuando me tocó la pierna con una rueda enorme y casi me llevó arrastrada? La gente la detuvo con los dedos y nobleza. Quisieron salvarme. Detuvieron la muerte con los dedos, claro, a ellos no les faltan las uñas de un pie ni se les pone rabioso o violeta con la humedad. Así que aprendí a caminar de nuevo y sin muletas, pidiendo permiso entre las tumbas que segregan noche y día una sustancia desesperada.
A veces pienso que la muerte es como tu voz. La va arrancando de a pedazos y la esparce. Yo estiro los dedos casi queriendo limpiar esa mentira. La muerte es una mentira.
Ahora vos vas a venir a decir que nada, ninguna mierda se guardará tu voz en los bolsillos. Sí, yo sé que vendrás. Voy a llamar porque quizás estés herido y yo tenga que curarte, o alguna excusa. Esa nieve de enfermar, por ejemplo.
En tu país la nieve es nieve y acá el sol se come con una mermelada asquerosa y pan cada mañana.
Y siempre el trabajo y las obligaciones, Querido, ese distraernos la realidad. No observar el desamparo. No pensar en el silencio. No escribir poemas por si quedamos con el hueco escrito en braille. No decir cosas amorosas (porque las cosas amorosas son un número concreto de pelotudeces, o un juego y los niños se aburren jugando siempre a lo mismo). No fumar porque hace mal (claro, si es que leer a Chantal Maillard no lastima, ¿no?).  Ser saludables, saludar al vecino, la amabilidad. Y al carajo. Yo fumo, leo a la Maillard, observo el desamparo, anido mis huecos como si un perro destartalado lo habitara, y escribo poemas que no saben ser terribles porque para eso: tu belleza, y cómo decirla. Cómo se dice la belleza cuando vas caminando por la calle y de pronto recordás el juego de niños mezclándose a tu voz, cómo decirla si el ahogo y zás de súbito esa muerte.
Pero entonces no estoy desamparada, esa muerte puta me está abrazando.




20 de noviembre de 2013

Decir tu nombre. Esa rojura de abrir la boca bestialmente. Lo ridículo de saberse abrumada y que no importe. Pronunciar como si un golpe de felicidad pudiera asustarme y salir corriendo a refugiarme en vos.
Esperar. Esperar. Estoy esperando que suene esa debilidad encarnada.
O a caballo: el galope del sonido. Ir al mercado a comprar una papa, esperando. Fumar, esperando. Morir, esperando.
La cosa de la poesía, esa pintura donde nos veo y nos espero, Querido. La cosa de existir en forma de mar o caracol. Así son también las noches. Yo, enroscadita sintiendo ese dolor de panza donde se instala la ansiedad, y a la vez, se arroja por la lluvia que no ocurre hace ya bastante.

Hay noches en las que me vuelvo tanto hacia mi cuerpo que puedo encontrarte, pero me pierdo de vista. Después la desesperación, el sueño o la vigilia. Como te dije, cosa de la poesía estarse esperando mientras todo se va tejiendo en hilos que asumen su latir ya no en forma de corazón sino como un todo. Donde pudiera saberte es un puñado de humo (cuando fumo y fumo y fumo y desespero y espero y espero y soy loca y me arde y me lastimo y me curo y no soy yo pero sí soy yo porque te encuentro). 

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