crista smith |
Mi casa, era MI casa. Es decir, aquella que jamás antes había tenido y que, ahora en ese instante, era absolutamente mía y única. Me asomé al balcón - mi casa tenía balcón - y no fue hasta ese preciso momento en que comprendí lo sucedido.
Las imágenes eran coloridas. El blanco y negro de mi mundo se había esfumado para dar lugar a un technicolor magnífico. Ya no decía “besos” sino “petons”, “adiós” no era “adiós” sino “adeu” y así sucesivamente. Algunas personas me saludaban desde la vereda llevando en las manos escarabajos amarillos y rojos. Yo, les señalaba el mar con una sonrisa de oreja a oreja.
Sí, estaba en casa. Y no era un sueño.
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