El cielo desparrama un negro intenso.
Sin embargo, no es tarde,
apenas las 19 y 30 horas.
Un gato blanco apoyado en el muro
clava su mirada sobre mí
en la oscuridad sus ojos brillan luminosos.
Yo siento cierto escozor
la angustiosa soledad de siempre:
la lejanía de las flores del campo o la música de los violines
de las calles por las que anduve.
Mi hermana minutos antes, habló de Varsovia
- el hambre, las torturas, esas cosas -
cómo el ser humano es capaz de hacer tanto daño.
Pienso en mi propio gueto fomentado por esa alucinación de tristeza.
Entonces sonrío:
“La vida es dura, no fea."
Varsovia puede tornarse en Galápagos y su abundancia de animales,
o París y un cabaret de luces, tragos y gente.
Enciendo un cigarrillo.
Con los pulmones infectados de humo
me pierdo en el firmamento y sus pocas estrellas.
Quizás mis heridas hayan cicatrizado
a pesar de estar del otro lado del océano.+