LLUVIA ÁCIDA por Toño Benavides.




Veo el coche oxidado bajo la tormenta,
el chasis de un cangrejo varado en tierra,
las cuencas vacías de los faros,
el morro encallado en el cielo.

La princesa tatuada con la espalda bajo la lluvia,
sus brazos de cal tendidos como caracoles
a lo ancho de la calavera de hierro.
La cara en el metal de la carrocería
como una flor al rojo vivo al borde de un cráter
quemando gotas de agua donde la ciudad termina.
Los tacones desollados contra las piedras,
el estampado de barro que escala sus medias,
el redoble en la piel de su vientre, reclamo
al galope tendido de los caballos
que pacen entre los escombros;
el ansia de semen que exhala su coño
levantando el culo a las estrellas inminentes
como una ofrenda de carne azotada por el viento.

Veo el perro que husmea entre latas de cerveza,
figuras que arrojan piedras contra las botellas,
el borracho que vela el sueño de los neumáticos,
el travesti bajo el paraguas en lo alto del puente,
su falda que ondea como una bandera
atrapada en el costillar de un árbol solitario.

Los barrios terminan como un precipicio
de cimientos clavados en un fondo marino.
Los náufragos van y vienen por la superficie
con un niño de la mano, un bastón para remar,
la bolsa de algún supermercado.

Los chicos fuman en el armazón de un edificio
con los ojos perdidos en la oscuridad de una sentina.
Miran desde sus capuchas como quien teme,
que vengan a robarles el libro de cuentos.
No saben si hay mundos nuevos navegando hacia poniente
y a su espalda se desenfoca el acantilado.


Toño Benavides


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