Esa es la nueva ley que los ciudadanos han impuesto a la política: negociación, negociación y más negociación. Cada obstáculo debería estudiarse con sus peculiaridades sin estar sometidos a grandes marcos ideológicos, para no limitar la capacidad de pactos y lograr avanzar día a día, problema a problema. Ciertamente, esta dinámica no responde al ADN “absolutista” de los partidos, pero el mundo líquido que adelantaba Zygmunt Bauman nos impone una diversificación y complejidad que, si bien en un principio puede dar una falsa sensación de coagulación, a la larga será beneficiosa, aunque solo hasta que los partidos emergentes comiencen a jugar al tacticismo político -que sucederá, no lo duden-. Y hasta que ese caleidoscopio gire a tal velocidad que solo distingamos uno o dos colores, la alegría cromática nos dará la impresión de que hay un cambio aunque la política sea siempre vieja. Todo esto se veía venir, pero habrá todavía muchas sorpresas, sobre todo en las alianzas “contranatura” que se producirán a medida que el pacto social vaya mudando de piel; tampoco depositen demasiadas esperanzas, mi abuela decía que “siempre ye menos de lo que parece”, y la realpolitik se encargará de que mengüen las expectativas porque todo el mundo tendrá que ceder si quieren llevarse algún gato al agua. Lo importante es que la información continúe circulando y que los ciudadanos compremos más periódicos para poder fiscalizar qué hace cada uno, cuánto de nuestro dinero se están gastando y cómo. Todo a fin de localizar la siguiente fractura para volver al bipartidismo, quizás aumentar al heptapartidismo o sencillamente cambiar el mazo de cartas y barajar de nuevo. No puedo negar que a pesar de mi escepticismo siento cierta alegría porque lo que ha sucedido ejerce de antídoto contra la frustración, y de que se logre efectuar una reforma decente de las instituciones y un rendimiento de cuentas ante los que votamos, dependerá que en el futuro podamos enfrentarnos a distopías políticas que están mucho más cerca de lo que parecen, solo hace falta mirar Rusia o China. De momento, me tomo mi café, que no es para todos, pero si le apetece puedo invitarle a uno.