Querido padre:
Te mando un caluroso abrazo como las llamas que me queman en el infierno. Espero las cosas en tu reino marchen a la perfección, pulcritud y orden como en estos 2.000 años.
Me ofende de sobre manera que no te comuniques conmigo. Entiendo que ser supremo es agotador y te ocupa tiempo pero necesitamos hablar de negocios, puesto que me mandaste aquí desde que todo empezó y quiero renunciar a mi cargo.
No te mentiré diciendo que no ha sido divertido. Guerras mundiales, hambrunas, economías colapsadas y personas que mueren de nada.
Sin embargo los quejidos de los condenados, las brasas eternas que escuecen mi piel y el terror de los nuevos dejo de producirme excitación.
Después de tantos años, pienso que las cosas deben cambiar un poco y deberías enviarme a la tierra a vivir la vida de un mortal cualquiera.
Tengo el trabajo que nadie quiso y que por puro amor hipócrita accedí a tener para que Tú y Jesús tuvieran el papel de buenos y yo el de malo. Como las balanzas falsas del bien y el mal que están en los libros espantosos que ruedan por allí.
Si, esa cosa que llaman biblia. Demagogia pura y absoluta de un montón de pescadores borrachos y fiesteros que se iban de farra con Jesús y que predicaban tu palabra con vino y pescado.
Dejando de lado toda mi queja expuesta, debo decir que a pesar de todo, te extraño mucho.
Como todos, debes saber que tu preciada humanidad vive tiempos oscuros. Quiero la jubilación antes de otra catástrofe mundial (¿Hombre, merezco descansar no?)
Dicho todo esto, deberíamos reunirnos en París (¿Sabías que me encanta París?) para concretar algunas cosas, puedes pedirle a Jesús que venga y confíe en mí.
¿Aún le dolerán las cicatrices de los clavos cuando lo crucificaron?
Que se vista decente, nada de túnicas o sandalias de pescador.
Me despido de ti padre, deseando que me respondas lo antes posible.
Con mis mejores afectos, el más guapo de tus hijos;
Lucifer.