al fin se han terminado las noches fuera de casa, las veladas tediosas y gristes de hotel, y sólo me queda ya atar los últimos cabos, hacer las últimas visitas y poner la mejor guinda que pueda al pastel... atrás quedan miles de kilómetros de ruta y carretera, ciudades, pueblos, clientes, tiendas, problemas y lágrimas y más y más problemas, todo problemas, cada visita una odisea, cada cliente una queja, cada venta una celebración, y este gremio que echa humo y arde y naufraga... que no acompañan las ventas, me dicen, que el tiempo no ayuda, que el mal gobierno les sangra, que los impuestos les hunden, que los mercadillos y grandes superficies les matan... ah, los clientes, mis clientes, mártires de la crisis y el tiempo, siempre peleando a la contra... pero he terminado ya las noches fuera de casa, eso sí, mi mayor lastre y condena, me quedan ya sólo unas pocas visitas más por la zona, y he ido a recoger a mi perra, la hermosa y dulce Wen, y dado los primeros paseos por mi bosque secreto, mi laberinto de ensoñación personal, disfrutando de cada paso bajo los robles y encinas y recolectando con mi mejor sonrisa los primeros boletus (pinícolas) de la primavera... ahí están de nuevo, una estación más, bajo las hojas, entre las jaras y el musgo, sacando sus cuerpos barrigudos al sol... y al caminar por el bosque en silencio, como una terapia, mis ideas que se van ordenando, las piezas poco a poco encajando, lentamente recuperando la calma y el tono, solo o en compañía, grata compañía, en lugar de caminar, como llevo haciendo dos meses, sobre las brasas del mismísimo infierno... unas pocas visitas más por la zona, me digo, y se acabó, vuelta al sosiego y la calma... remata bien la faena, concéntrate, que nada te turbe, me repito como un mantra, te espera luego la ensoñación...
crecen las setas
arde babilonia
vuelvo al hogar
Vicente Muñoz Álvarez