Odio los selfies



El peor invento de la humanidad no es la bomba atómica ni la dinamita ni los sudokus. Son los selfies. Ya no me caben dudas. Nada nos ha perjudicado tanto como esta horrible moda que se extiende en todos los confines del mundo ¿civilizado? No me considero partidario de la pena de muerte, con una excepción: al tipejo que los pusiera en boga habría que fusilarlo sin juicio.
Hay algunos que tratan de encontrarle explicación al fenómeno. No la hay, salvo que somos estúpidos y siempre lo seremos sin importar cuán “inteligentes” se vuelvan los aparatos que fabricamos. Vivimos en una sociedad individualista en que la responsabilidad del fracaso la asume por completo la persona que lo sufre (que igual solo ha tenido la mala suerte de vivir en un contexto donde las posibilidades de fracasar son inmensas). Con escasas excepciones, incluso el altruista espera que la ley del karma o la gracia divina termine por compensar sus sacrificios y buenas acciones. Primero vemos lo que nos dice el corazón, luego escuchamos a la cabeza, a continuación consultamos nuestro estómago o nuestro pie derecho. Después de conocer la opinión de la uña del meñique, acaso nos preguntamos qué consecuencias tendrán para los demás nuestras egoístas decisiones. 
Pero viajamos mucho, eso sí, casi siempre sin saber por qué ni adónde vamos realmente. También pasamos largas horas en las redes sociales, por lo general dedicados a tonterías como subir selfies u observar los de otros y hasta decir que nos gustan (esto debería acarrear pena de cárcel). En general, nos gusta hacer el ganso y presumir de ello. Entre unas cosas y otras, millones de fotos que nunca deberían haberse tomado (y menos aún publicado) bailotean en más perfiles de los que podamos imaginar. Hemos llegado a un punto en que ya no hay ni que moverse de la cama para hacerse una autofoto y compartirla de inmediato en todas partes.  
¿Alguien se ha parado a analizar las consecuencias? Antes, cuando ibas a un bar o discoteca, podías acercarte a las chicas guapas y pedirles que sacaran una foto del grupo para, a continuación y como quien no quiere la cosa, mezclarse con ellas y animar una interacción que podía acabar de infinitas maneras. Antes, los turistas se veían obligados a solicitar que les hicieran una foto juntos, lo que implicaba que al menos intercambiaban dos palabras con la población autóctona (sé de una pareja que se conoció así y están casados y con tres hijos y parece que se aman, a juzgar por los selfies que comparten en Facebook).
Nada de esto resulta ya factible. El otro día intenté pedir a dos suecas que me fotografiaran en un sitio turístico y me dijeron que me hiciera un puto selfie. ¿Vale la pena vivir en un mundo así? Creo que aún podría acostumbrarme, pero la existencia se vuelve demasiado cuesta arriba con la llegada de los palos. Al principio eran un tanto exóticos, pero ahora todos los selfiemaníacos los tienen, contribuyendo a extender la moda a unos niveles imposibles de contener. La plaga ha llegado hasta la Casa Blanca.
Cualquier momento es bueno para sacar el móvil o la tablet y autofotografiarse, incluso poniendo en riesgo la propia vida. Con el tiempo, estoy convencido de que este despropósito supondrá la primera causa de mortandad en el mundo. Ni siquiera los monos, con su ancestral sabiduría, pueden contenerse. El día que empiecen los gatos creo que Internet colapsará como en mi novela.
Selfie de un macaco. Se discuten los derechos de autor
¿Cuál es tu relación con los selfies? Espera, no te pongas a escribir todavía. Antes, una advertencia: nunca censuro comentarios, pero si alguien defiende este horripilante vicio me veré obligado a coartar su derecho a la libertad de expresión. Porque hay líneas que no deben ser traspasadas. Puedes integrarte en un grupo neonazi, consumir drogas duras o engancharte a telenovelas mexicanas. No desesperes, tiene arreglo. Pero desde el instante en que no concibes la vida sin autofotos, tu cerebro inicia un camino imparable hacia la autodestrucción. 

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