“No hay nada como las noches del Toisón” y menos como las madrugadas del Torreón, donde Toño tenía una flipper para deleite del personal, casi tanto deleite como sus novias, pero eso no viene al caso.
Y tardes de resaca encadenadas a madrugadas de demolición, tras haber hecho una escala de torpes manoseos en el Polígono o los Pinos, el que pudiera disfrutar de una ranchera, o cualquier otra clase de vehículo.
Y la música retumbando en las sienes hasta dormido, y los desastres sentimentales ahogados en toda clase de licores y sus mortales combinaciones. Y miradas perdidas contra la madrugada, en ese instante justo antes de que el silencio se rompa por la monotonía de la nueva jornada.
Creímos pisar con garbo allá por donde pasamos, como tantas otras cosas, creímos y ahora vemos lo que ha quedado, recuerdos en el mejor de los casos, y un reguero de ausentes que crece y crece.
Jugamos, y perdimos. Lo perdimos todo, pero al menos podemos contarlo, como lo hace Vicente en estas Regresiones en las que nos chocamos saliendo de los garitos, entrando en cines, gasolineras, parques con derecho a roce, descampados al alba, paseando por la ciudad remota y tan caduca, hoy como ayer.
Felipe Zapico Alonso, en Regresiones (Ed. Lupercalia, 2015).
photo by JR Vega