La primera vez que oí hablar de Celso Castro fue a través de la editorial del tristemente desaparecido Gonzalo Canedo, Libros del silencio. Allí se publicó El afinador de habitaciones y Astillas. Ambas obtuvieron grandes elogios. Apunté los títulos en una libreta, junto a mil más que ya estaban anotados y otros cientos que se han ido sumando en estos últimos años. Y hasta hoy. Hasta este mes pasado que salía una nueva novela del autor gallego y decidí, por fin, conocer algo de su obra.
Poco se puede hablar de la trama. Apenas unos datos: bildungsroman, narrador sin nombre, sensible, algo hipocondríaco, conocedor de la obra de Nietzsche o Schopenhauer, existencialista, por tanto, enamorado de Sofía. De esos amores que duelen. La historia es lo de menos, casi banal. El padre muere al principio de la novela, en mitad de una cena. El narrador, en lugar de llorar su pérdida, le culpa de su trato despótico para con los demás... y el resto es lectura. Es el monólogo que se marca el protagonista a lo largo de las 154 páginas. Un monólogo cargado de imágenes poéticas, de rabia, la del adolescente contra el sistema preestablecido y de conflicto contra sí mismo. Novela pues, subjetiva, ya que el propio monólogo da pie a ello, donde el narrador es casi un erudito, más listo que la mayoría de adolescentes y, sin embargo, con su madre sobreprotectora vemos de nuevo al niño que aún no le ha abandonado.
De nuevo lo que prima en esta novela es el cómo se cuenta. Celso Castro es un narrador de la forma. Lo mejor es dejar de leer esta nota e ir a por el libro. Yo voy a pedir a mi librero los dos libros de Libros del silencio.