En esta novela se cumple a la perfección la teoría del iceberg, es más importante lo que se intuye que lo manifiesto, el silencio que corre bajo las palabras como el aire caliente se deslizaba bajo los ladrillos de las termas romanas. Su autor, Julien Gracq, es un consumado maestro en estos lances; con dos personajes, un antiguo soldado y una doncella, y un tercero, el amigo del soldado y señor de la casa, a quien aguardan, nuestro escritor elabora el relato de una espera. Intimista y sugestivo, a ratos agobiante, opresivo, Julien Gracq desenrolla largas frases solo por el placer de paladear su tempo, obligándonos a leer con mucha atención, para hablarnos de un “Godot” que puede o no llegar. Eso no es lo importante. “Siempre me ha gustado, desde que era pequeño, sentir a mi alrededor sumergirse una casa completamente cerrada en el crepúsculo”. Lo importante es la atmósfera, que nos recuerda a otras novelas, “El mar de las Sirtes”, “Los ojos del bosque”, “En el castillo de Argol”… siluetas esquivas, delirios moderados, zonas maliluminadas, sensualidad, rondas nocturnas por largos pasillos con las llamas del candelabro reflejándose en inmensos espejos. Estar dentro de una novela de Julien Gracq es una sensación, y se parece a ver el “Orpheo” de Cocteau, a ir detrás del músico en su ascenso de los infiernos rogando porque nunca vuelva la vista atrás. Esa tensión, esa incertidumbre. Esa emoción contenida. “A la derecha, al fondo de su cauce, un rápido sacudió el bosque, breve y feroz, como un animal que sale al descubierto, y esparce tras de sí por la campiña una capa de limaduras desechas“. En este libro usted se irá desangrando espiritualmente, como si estuviese en una bañera de agua caliente, “una sequía definitiva para toda una región de recuerdos, emociones e imágenes”, siguiendo la máxima de Valery, “escribir bien no es decir exactamente lo que se quería decir, sino decir mejor”. Si al final se ha quedado con ganas de más Julien Gracq, puede acercarse a otra novela también recién publicada, “La Península”.