No es joven, ni alto, ni nuevo, ni el más fotogénico… No lidera uno de los partidos emergentes y su dilatada trayectoria política –milita en el PSC desde 1977, siempre tocando poder– podría situarlo en eso que algunos llaman “casta”. Tampoco su fina ironía casa bien con los libros de estilo de las tertulias televisivas, catapultas posmodernas al cielo de la popularidad en las que Albert Rivera, Pablo Iglesias y Alberto Garzón copan todas las sillas. Inconvenientes en tiempos de “nueva política” que Miquel Iceta ha decidido combatir, desde que asumió la primera secretaría socialista, con una receta tradicional: recorrer de arriba a abajo Catalunya y hablar con la gente.
Sobre sus hombros ha acumulado en seis meses más de 30.000 kilómetros: visitas a agrupaciones del PSC, hospitales, colegios, asociaciones de vecinos, mercados… Pequeños actos sin el foco mediático que le sirven para tejer complicidades, chequear el estado de los cuadros de un partido muy castigado por los últimos años de guerras internas y, sobre todo, darse a conocer. Porque a pesar de su veteranía continúa siendo un desconocido para una parte significativa del electorado, incluso entre los votantes socialistas, quizá porque pasó más tiempo en la sala de máquinas del partido que en primera línea.
Una realidad que Iceta admite sin disimulo, pero que no parece mermar su convicción de que nadie excepto él puede hoy cambiar el rumbo de colisión en el que avanza el PSC. “Me conocen más algunos votantes de CiU que socialistas, ese es el problema de no salir ni en las tertulias de la Sexta, Tele 5 o Cuatro”, afirma de camino a Barberà del Vallès, donde tiene programado una visita a un mercado y arropar a la alcaldesa, Ana del Frago, en la presentación de su candidatura.
Es el acto número 100 de Iceta desde que lidera el partido. Por delante le espera una jornada maratoniana que continuará en Blanes y acabará a altas horas de la noche en Pineda. “Hay que estar con los candidatos y que la gente vea que tienen detrás al partido”, afirma al pisar Barberà, una de esas ciudades de la segunda corona de Barcelona donde la crisis todavía muerde y no halla alivio en el dinero guiri.
Tradicional feudo socialista, Iceta llama a la movilización: “Por mucho que pensemos que hemos hecho bien las cosas en la ciudad, que nadie se despiste, hay que salir a la calle y hablar con el máximo de personas para conseguir que el 24 de mayo acudan a las urnas”. Palabras que denotan la preocupación socialista por la dispersión de su voto hacia Ciutadans y las candidaturas progresistas nacidas a la sombra (y tutela) de Podemos. El PSC sigue pagando los años de gobiernos tripartirtos, con una alianza de sangre con ERC que descolocó a su votante más cercano del PSOE y no logró agregar a su proyecto a otros sectores de la izquierda catalana. Esos y el fiasco del Estatut impulsado por Pasqual Maragall y rematado por José Luis Rodríguez Zapatero y su célebre “apoyaré…”.
Orador de escuela florentina, apenas mira sus notas. Improvisa y encuentra las palabras exactas para conectar con los varios centenares de personas que llenan el teatro Cooperativa. Apelan al “orgullo” socialista exponiendo datos concretos de la gestión del PSC en los municipios –de Barberà señala la congelación del precio de las guarderías–, que tiene inventariados en un pequeño libro rojo que sobresale de un bolsillo de su americana. .
Tanto a la entrada como a la salida del teatro, Iceta muestra su perfil más empático: se deja abrazar, fotografiar, besuquear. Está cómodo, casi eufórico, en su papel de líder de un partido cuya militancia conserva pese a las adversidades vínculos de gran familia, de clan. Es la cara amable de una moneda cuyo reverso ha conocido Iceta minutos antes. En su paseo con la alcaldesa por la ciudad, visitas aun mercado y una pastelería incluidas, su presencia no despierta ningún tipo de reacción entre los ciudadanos. Ni pitos, ni aplausos; ni gritos de ánimo, ni reproches o críticas. Simplemente desconocen su identidad. “Sí, creo que le he visto en la tele”, es la respuesta de compromiso de los tenderos cuando se lo presentan.
La segunda cita de la noche es en Blanes, donde el PSC ha logrado resistir a la descomposición que ha sufrido en Girona. “Estamos más fuertes en la costa que en los municipios interiores”, señala Iceta, al tiempo que repasa los datos biográficos de uno de los muchos candidatos nuevos con los que concurrirá el PSC . La diáspora de dirigentes históricos como Joaquim Nadal y Marina Geli les ha obligado a diseñar a contrarreloj las listas.
La sala es pequeña y el ambiente exhuma cierta resignación cuando Iceta irrumpe con algo de retraso. Estamos lejos del área metropolitana de Barcelona y aquí la misión no es otra que la de resistir en las urnas el vendaval soberanista. “Que no os engañen, en mayo escogeremos a los alcaldes, no se votará la independencia por mucho que digan”, insiste Iceta en un breve discurso.
Pero si en Blanes el acto ha tenido un formato a medida de la fuerza con la que se debe conformar el PSC,Pineda es otro mundo, otra atmósfera. Es territorio Xavier Amor, el joven alcalde que en dos legislaturas ha cimentado una sólida mayoría absoluta. “Hace todo a lo grande, es una pasada”, avisa el líder del PSC segundos antes de juntarse con el líder local en una vieja sala de baile llamada Magma.
En esta ocasión tampoco defraudará. Luces de neón, músicos de crucero, cubatas a 4,50 euros y catering de “Los extremeños”. Unas 800 personas han pagado 15 euros por la cena y un espectáculo en el que se combinan los discursos políticos con las actuaciones de una chirigota –“soy chiquito, cara redonda, como Pujol pero sin dinero en Andorra”-, con bailes y música en directo. Todo transcurre bajo la supervisión de Amor, que como un padre de familia numerosa controla que a nadie le falte comida. Es un espectáculo desbordante, algo Kistch y del todo inusual en la política catalana –moderada en las formas, pacata en los gestos– que Iceta observa con una mezcla de estupor, curiosidad y fascinación.
En el actual estado de depresión del PSC, tal muestra de fuerza supone una inyección de energía y ayuda a recuperar sensaciones de cuando acumulaba, no hace tanto tiempo, el mayor poder institucional de Catalunya. Hay sonrisas en la mesa “presidencial”, donde Iceta y su equipo brindan con cava y desean suerte a Amor. Y de fondo se oye el mantra al que se agarra el PSC para hacer frente a los grises augurios: “una cosas son las tertulias y los sondeos, y otra son los votos en las urnas”.
Archivado en: Diarios, política Tagged: Cataluña, Iceta, municipales, pineda, política, PSC, socialistas