Ahora que me he perdido en tu tiempo, que tus días están desordenados, que vives a saltos hacia atrás y hacia delante; te escribo estas palabras, esta guía de viajes, este mapa de carreteras para que puedas encontrarme.
Nuestro amor, querida Julia, llegó tarde. A nuestros sesenta años nos reconocimos, nos miramos y suspiramos aliviados tras tantos años de búsqueda y descanso. Tardé demasiado en esta vida en encontrarte, bueno tardamos que no siempre voy yo a tener la culpa. Descubrimos mirando viejas fotos que tuvimos más de una oportunidad, pero mirábamos sin ver. Parejas de baile que se rozan pero que no se llegan a chocar. Solo cuando fluimos, el universo nos toca una chiapaneca y nos obliga a cambiar de pareja, siempre, y eso es lo verdaderamente importante , que no paremos de bailar.
¡Y qué baile! Querida Julia, como nos hemos movido, que giros… Ahora que te miro y casi ningún día me reconoces: echo de menos tu sonrisa cómplice, las galletas de lengua de gato recién hechas (bueno para ser sincero nunca dejaban de ser recién hechas porque nunca les dejaba vivir mucho), el vals de Amelie que tanto nos gustaba bailar las tardes de domingo, aunque claro a nuestra edad todos los días eran tardes de domingo, un largo domingo de noviazgo… en el que pactamos solucionar la falta de tiempo.
Estudiamos nuestras vidas, recopilamos detalles y sensaciones buscando patrones y situaciones casuales (causales) que de haber corrido tras ellas nos hubieran unido antes. Ambos acordamos esconder en el otro un detalle insignificante pero significativo y así poder reconocernos más rápido en la siguiente vida.
En mi, escondiste la sonrisa de Cheshire (el gato de Alicia), mitad locura mitad incongruencia, muy a tu estilo dijiste, y ese increíble don natural que tienes de aparecer y desaparecer cuando menos lo esperas o necesitas… recalcaste.
Yo, en ti, puse una sombra más pequeña de lo normal, que casi tuviera que buscarla y cosértela porque amenazaba fuga en cualquier momento, y un lunar en forma de dedal al que besar y llamar beso.
Caminar junto a ti… sentir tus dedos, mirar tus ojos que no habían envejecido; cuando solo nos mirábamos a los ojos veíamos un niño deseoso de aprender y conocer junto al otro, juntos, junto a ti…
Esa rara sensación de que ya nos conocíamos, de que no era un encuentro sino un reencuentro, eso fue lo que nos convenció a ambos, siendo más ateos que creyentes pero mas sensitivos que indolentes, de que debíamos preparar el mundo para nuestra siguiente venida, teniendo en cuenta lo desoído en esta.
En esta carta te indico las señales:
La mariposa indica el cambio de sentido, arriesgarse a cambiar. Así que cuando veas una mariposa que se posa cerca de ti será el momento de cambiar, de dar un giro en tu vida.
El 5 es la búsqueda, el movimiento y la libertad, tras el cinco estoy yo, a este número tienes que estar muy atenta, es un gran numero sin duda, algo terco y aventurero pero una fuente infinita de diversión, (el tuyo me lo guardo yo).
Ambos repartimos el símbolo infinito construido no por líneas sino por palabras que en mayor o menor medida indicaran emociones, si lo ves tatúatelo en alguna zona de tu cuerpo que pueda ver (yo hare lo mismo). Fíjate en arboles, paredes, libros y muebles usados, allí lo encontraras y algún detalle más que descubrimos nos recordaría.
Y nuestra cabaña, nuestra pequeña casita, con un largo camino de baldosas amarillas. Es fácil llegar, solo sigue el sendero amarillo y ten fe.
Fue en aquella cabaña cuando por primera vez, mirándote al espejo, que no a través como tantas veces quisimos, se presentaron los primeros síntomas de olvido. Te encontré llorando, con las manos tapando tus ojos. ¿Que te pasa cariño? Me miraste con la mirada enrojecida y mojada y me preguntaste que como es posible que con tan solo cincuenta y cinco años tuvieras aquel aspecto… Tu mente había comenzado su viaje errático en el tiempo, el día de la marmota sin conciencia.
Te he cuidado cada día, te he peinado como tanto te gustaba. Nunca he llorado delante tuya, hubiera sido incomodo para ti ver a un extraño llorar. He paseado junto a ti, y raras veces te he robado una mirada directa y una sonrisa sincera, segura de quien era.
Querida Julia, estoy agotado y prefiero descansar y esperarte.
Llenamos nuestras vidas y planeta de detalles que nos recordaran uno al otro, enterramos pequeños cofres repartidos por nuestro mundo, mensajes garabateados para nuestros yoes futuros. Una vez nos miremos el resto es coser y cantar.
Querida Julia, siento irme, pero no creo que lo notes. Existen tres copias de esta carta, una la dejaré en el buzón de nuestra cabaña, otra entre mis manos al morir y la tercera en mi testamento a fin de que sea leída en tu entierro. Siempre me dijiste que asistirías a él y que después irías a nuestra cabaña; en ella estaré yo. Pero por si he decidido volver antes de tiempo te dejo esta pequeña guía que espero te sirva. Siempre me dijiste que preferías los hombres mayores que tu…
Te quiero Julia, encuéntrame…