El monstruo de Hawkline. Un western gótico, de Richard Brautigan


Richard Brautigan es una garantía de calidad y, sobre todo, de diversión (salvo, por lo que sé, en su libro más serio: Una mujer infortunada). La primera vez que uno lo lee no da crédito porque Brautigan rompe todas las normas y todos los géneros, algo que lo asemeja, por ejemplo, a Robert Coover. La recuperación de toda su obra (libros inéditos y reediciones con nueva traducción y un formato de lujo) es una de las grandes noticias editoriales de los últimos años.

El monstruo de Hawkline es un western loco y delirante. Contar su argumento no es necesario: con Brautigan hay que dejarse llevar, para que así te sorprenda en cada página y te rías de sus chifladuras, de su visión distorsionada de los géneros. Pero, aunque transforme el western en algo surrealista, los códigos de siempre siguen estando ahí (véanse al respecto réplicas como ésta: Nosotros no hacemos ataúdes. Los llenamos). Sus capítulos funcionan, a menudo, como pequeños relatos. Y eso es lo que voy a hacer a continuación, copiar entero uno de esos capítulos breves (un capítulo que revela, además, los parámetros en los que se movía la obra de Brautigan: basta con ver cómo los personajes eligen el sexo como manera de afrontar la presencia de la muerte):

Salida de Tanatopsis

-¿Sabéis lo que me apetece de verdad? –dijo la señorita Hawkline.
-¿Qué? –dijo Cameron.
-Me gustaría que me follaran.
Cameron bajó la mirada hacia el gigantesco mayordomo y luego la dirigió hacia la señorita Hawkline.
-A mí también me gustaría que me follaran –le dijo la otra señorita Hawkline a su hermana–. En eso he estado pensando durante la última hora. En lo agradable que sería que me follaran.
Greer y Cameron estaban allí con sus armas mientras el gigantesco mayordomo yacía en el suelo solo y olvidado con su muerte.
Greer aspiró profundamente. ¿Qué demonios? Qué más daba hacer una cosa que otra.
-Lo primero es lo primero –dijo Cameron–. Saquemos este cadáver del pasillo. ¿Dónde lo ponemos?
-Esta sí que es una buena pregunta –dijo la señorita Hawkline–. Podríamos ponerlo en su habitación o amortajarlo en el salón de delante. No quiero enterrarlo ahora, porque primero quiero follar. Tengo muchas ganas de que me follen. Vaya momento para que se te muera el mayordomo.
Parecía casi enfadada por el hecho de que el gigantesco mayordomo hubiera elegido precisamente ese momento y ese lugar para morirse. Sobrecogía, tendido allí en el pasillo.
-Diablos, son demasiadas cosas en las que pensar –dijo la otra señorita Hawkline–. Dejémoslo aquí un rato y ocupémonos de echar un polvo.
-Bueno, no tenéis que preocuparos de que se vaya a ninguna parte –dijo Cameron.
Así que dejaron al gigantesco mayordomo muerto en el suelo del pasillo y se fueron a follar, llevándose un Krag 30:40, una escopeta de cañones recortados, un revólver del 38 y una pistola automática.   



[Blackie Books. Traducción de Damià Alou]

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