En alguno de mis viajes a Latinoamérica -ya no es políticamente correcto decir Hispanoamérica- todavía te encuentras con algún individuo que te mira como si hubieras estado con Alvarado en la matanza de nobles mexicas, o que te reprocha que Balboa y sus hombres salieran vivos de la trampa del Darién. Si tengo humor ese día, les replico que cuando estuve en Casablanca no se me ocurrió echarles en cara los ocho siglos que los musulmanes ocuparon España -de hecho, ni siquiera existía como tal-. Viene a cuento aquella famosa escena de “La vida de Brian”, cuando el líder de los miembros del Frente de Liberación de Judea pregunta resentido qué nos han dado los romanos: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino -y mira que vamos a echar de menos el vino...-, los baños públicos, la ley y el orden, la paz… le van respondiendo sus acólitos. Y debemos recordarla especialmente ahora que se ha producido una reacción de intolerancia xenófoba y religiosa contra el Islám debido a cuatro chiflados, incluyendo el estúpido cambio de nombre de la Mezquita de Córdoba por Catedral de Córdoba. La Historia funciona por acumulación, no hace falta más que darse un paseo por Mérida y mirar las diferentes capas de las murallas de la Alcazaba que, como hojas de un almanaque, van descubriendo las raíces cristianas, islámicas, visigodas, romanas… o visitar la Alhambra -a partir de ahora podemos llamarla como a la selección de fútbol, La Roja- y descubrir en su interior plantado “por mis atributos” el palacio renacentista de Carlos V. El garrulismo campa por sus respetos, y sus soluciones son tan radicales como cegatas: ni por mucho liquidar el patrimonio sefardí van a borrar la imbricación judía en España, ni pasando la goma por Filipinas como hicieron los gringos en un necio intento, se esfumarán cuatrocientos años de presencia española. Siempre hay una Troya debajo de Troya. A esta altura del artículo, cabe ya preguntarnos qué nos han dado los “moros”: palabras hermosísimas como adalid, alhaja, elixir o cénit -así hasta diez mil más-; el patrimonio intelectual de Averroes, Maimónides -aunque un amigo me señala que este era judío...- o Avicenas; aljibes resplandecientes como el de la Casa de la Veleta en Cáceres; el álgebra y la trigonometría; la química de los perfumes, tinturas, medicinas…
¿Qué nos han dado los "moros"?
En alguno de mis viajes a Latinoamérica -ya no es políticamente correcto decir Hispanoamérica- todavía te encuentras con algún individuo que te mira como si hubieras estado con Alvarado en la matanza de nobles mexicas, o que te reprocha que Balboa y sus hombres salieran vivos de la trampa del Darién. Si tengo humor ese día, les replico que cuando estuve en Casablanca no se me ocurrió echarles en cara los ocho siglos que los musulmanes ocuparon España -de hecho, ni siquiera existía como tal-. Viene a cuento aquella famosa escena de “La vida de Brian”, cuando el líder de los miembros del Frente de Liberación de Judea pregunta resentido qué nos han dado los romanos: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino -y mira que vamos a echar de menos el vino...-, los baños públicos, la ley y el orden, la paz… le van respondiendo sus acólitos. Y debemos recordarla especialmente ahora que se ha producido una reacción de intolerancia xenófoba y religiosa contra el Islám debido a cuatro chiflados, incluyendo el estúpido cambio de nombre de la Mezquita de Córdoba por Catedral de Córdoba. La Historia funciona por acumulación, no hace falta más que darse un paseo por Mérida y mirar las diferentes capas de las murallas de la Alcazaba que, como hojas de un almanaque, van descubriendo las raíces cristianas, islámicas, visigodas, romanas… o visitar la Alhambra -a partir de ahora podemos llamarla como a la selección de fútbol, La Roja- y descubrir en su interior plantado “por mis atributos” el palacio renacentista de Carlos V. El garrulismo campa por sus respetos, y sus soluciones son tan radicales como cegatas: ni por mucho liquidar el patrimonio sefardí van a borrar la imbricación judía en España, ni pasando la goma por Filipinas como hicieron los gringos en un necio intento, se esfumarán cuatrocientos años de presencia española. Siempre hay una Troya debajo de Troya. A esta altura del artículo, cabe ya preguntarnos qué nos han dado los “moros”: palabras hermosísimas como adalid, alhaja, elixir o cénit -así hasta diez mil más-; el patrimonio intelectual de Averroes, Maimónides -aunque un amigo me señala que este era judío...- o Avicenas; aljibes resplandecientes como el de la Casa de la Veleta en Cáceres; el álgebra y la trigonometría; la química de los perfumes, tinturas, medicinas…