Aunque ha ejercido doce años la docencia universitaria, David Barba no encaja en el perfil del típico profesor. Profundamente crítico con los modelos educativos imperantes, sus intereses son muy amplios (el cine independiente, los tipos de personalidad, la novela negra, el mundo del porno, el sexo en España y la filosofía oriental son solo algunos de ellos). Cuando me dio clase sobre periodismo cultural en la Universidad Pompeu Fabra saltaba con agilidad de un asunto a otro y, si tenía algún guión, lo trituraba en los primeros compases de su discurso, siempre incisivo e irreverente.
Dirige Ediciones La Llave, la editorial que fundó el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, donde publica libros sobre psicología, filosofía y religión. O quizá simplemente sobre el ser humano: sus indescriptibles vaivenes y transformaciones. Fui a visitarlo a la sede de la editorial, que parece un remanso de paz en medio del frenesí barcelonés. Con un té encima de la mesa hablamos de más temas de los que puedo recordar, pero lo primero que le pregunté (escéptico por naturaleza) fue qué llave pretendían abrir los libros que publica. “La de la sabiduría”, me dijo sonriente, pero “entendida como algo más allá de la erudición”. Según David, no solemos buscarla “en el pozo de la conciencia, sino en lugares donde nos deslumbra el dinero, la fama o la seducción”.
La figura de Claudio Naranjo ha resultado decisiva para él en esa búsqueda siempre inconclusa. David Barba lo considera su “antimaestro”, alguien que no permite que le imites, “a veces severo” y con métodos de enseñanza “un poco violentos”. El psiquiatra chileno habla de la necesidad de revolucionar la conciencia, lo cual puede sonar maravilloso… o el inicio de la Tercera Guerra Mundial. El mayor problema que aflige a los seres humanos es para David “el aplastamiento del animal interior”, siendo la cultura “el gran mecanismo represor de la instintividad”. Nos aterra la posibilidad de liberarnos porque se nos ha inculcado la idea de que los instintos son peligrosos y perversos; hay que mantenerlos siempre cerrados bajo llave en el sótano más profundo de la conciencia. Sin embargo, considera que la psicología contemporánea ha refutado las tesis más pesimistas de Freud acerca de la naturaleza humana. “Si no volviéramos locos a los niños en casa y en la escuela, sabrían regular por sí mismos sus emociones”, afirma. Como consecuencia de esa represión innecesaria “que es la razón de que exista y se multiplique la pornografía” padecemos una “crisis de civilización en que la gente joven ve el futuro de una manera distópica, casi ciberpunk. No vivimos en una sociedad compasiva ni cooperativa, sino competitiva hasta la estupidez”.
Comte-Sponville afirmaba que “el siglo XXI será espiritual y laico o no será”. David se muestra de acuerdo y se define como “un ateo espiritual”; alguien que con los años ha pasado “de ser un idiota a un imbécil”, en el sentido griego del término, cuya etimología asocia la idiotez a pensar solo en sus propios intereses y la imbecilidad a vivir apoyándose en los demás. Respecto a pensadores actuales como el coreano Byung-Chul Han y el esloveno Slavoj Žižek, lamenta su aproximación "demasiado intelectual" a asuntos que merecen ser entendidos "desde la fenomenología". Encuentra más atinados a otros filósofos como Martin Buber, Iván Illich o el inagotable Friedrich Nietzsche.
Para sostener la civilización y evitar que se vaya a pique junto con todas nuestras creencias, David Barba considera esencial “encontrar un punto de equilibrio entre cultura y natura, ahora aplastada”. Reivindica el ejemplo de las tribus paleolíticas o de las que aún subsisten hoy día (por ejemplo en la Amazonia), cuyos miembros colaboran de manera altruista para asegurar el funcionamiento de la comunidad. Aunque en ocasiones experimenten conflictos, no se trata de “violencia estructural” como la que padecemos en nuestra sociedad. “Normalmente se les ve como como el ejemplo de la barbarie, pero en realidad nosotros somos los bárbaros”, pues vivimos en una civilización “que atenta contra la otredad y contra el eros”.
Porque también el amor, en sus distintas gradaciones y matices, se halla en crisis en la sociedad contemporánea. Sin ánimo de convertirlas en disciplinas científicas, David es partidario de la meditación y de la terapia Gestalt por el potencial que poseen para ayudar a las personas. “Acallar los interminables porqués de la ciencia y admirarse de que existen cosas más grandes que uno mismo, como la naturaleza o el universo, ya es una forma de meditación”, asegura. Sin embargo, incluso este amor admirativo decae en Occidente, pues “nadie confía en nadie, y el mono loco de la mente lo empaña todo en nuestra cultura”.En lo que sí confía el entrevistado es en la labor de algunos compañeros que han roto el status quo de los medios de comunicación con iniciativas como Público.es, Eldiario.es o X-net. En la época de bonanza económica “muchos periodistas estaban comprados”, pero ahora “el periodismo está recuperando sus funciones de crítica social y política, que parecían haber dejado en manos de los escritores de ficción”. Entre estos últimos destaca a los maestros de la novela negra (de hecho organiza junto a Lorenzo Silva el Festival Getafe Negro sobre este género literario).
También considera esperanzador el auge de una nueva formación como Podemos que “ha reactivado el interés de la gente por la política”. Critica que algunos medios tradicionales estén realizando “propaganda de guerra” contra ellos, al equiparar casos gravísimos de corrupción como las tarjetas Black con, por ejemplo, la concesión de una beca más o menos discutible, máxime cuando “la universidad española es el nepotismo más descarado que existe. Si no tienes un amigo que te recomiende, es casi imposible conseguir una plaza”, asegura. Terminamos la conversación, ya bien avanzada la mañana, hablando de nuestros libros más recientes. Él acaba de finalizar uno sobre el eneagrama de la personalidad, un sistema que clasifica a los seres humanos en nueve tipos básicos en función de su carácter. Dice que su grado de precisión es tan elevado que ha llegado a sospechar “que estamos hechos en serie”. Sin embargo, yo sigo sin imaginar en qué categoría podría etiquetarse a David Barba.