Roger-Pol Droit es un filósofo al que le gusta jugar al juego del “Y SI…”
Así que un día decide jugar a creerse que le queda sólo una hora de vida. Debe decidir en que la invierte. Nosotros ya lo sabemos. Utiliza esa valiosa hora en escribir (a los hechos nos remitimos) una especie de breviario y sensaciones (opinables o no) acerca de la vida en su conjunto.
Su juego, su forma de ver esa hora, permite acercarnos a un mundo que no tiene futuro (apenas 60 minutos después ya no hay nada). Por primera vez dejamos de tener un férreo competidor, ese futuro en el que siempre pensamos a costa del sufrido presente. No podemos olvidar que ahora no deberíamos tener miedo ya que no tenemos nada que perder (¿O sí?)
Según como se mire, esa hora nos permite ver la vida como el latido de un corazón, como una mezcla de felicidad y sinsabores. El autor denuncia nuestra tendencia a querer separar la felicidad del resto de cosas, feas y grises para nosotros. Queremos tenerla en estado puro cuando eso no existe. La felicidad nos es entregada dentro de una mezcla, en ocasiones disolución, de cosas buenas y menos buenas, y malas, y muy malas. Vivir es saber sacar partido de lo bueno que lleve la mezcla y sobrevivir al resto intentando aprender de todo.
Y por fin llega la liviandad. Quitarnos el peso de querer entenderlo todo. Aceptar nuestra ignorancia sabiendo que no es un impedimento para tener una buena vida. Dejar de tolerar las cosas y aceptarlas sin más, sabiendo que esa aceptación no implica que estemos de acuerdo con ellas.
En definitiva, saber vivir conlleva el aceptar las evidencias de la vida como sensaciones que nos generan la afirmación de la validez de lo vivido. No necesitamos reflexionar razonadamente para evitar matar a un ser humano, humillarlo, traicionar una confianza o atentar contra la integridad de un cuerpo. Esas cosas las notamos.
El libro se lee en una tarde corta. Es normal. Una hora no da para más.
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