DESTELLOS DE VANIDAD
Calcetines agujereados en el bote de ropa sucia, en los cajones y en la lavandería. Nunca aprendiste a remendar. Se te enreda el hilo. Hay una cajita de costura que ocultabas entre las macetas. Resistía los malos tiempos, el embate de los gatos, las guarradas de los vecinos. En ella también una rueda, varias postales y la historia de la anciana que aprendió a leer a los ochenta y que en un par de años dominaba la jerga médica del alemán y el chino. Por la orilla del muro se acerca alguien, le llaman Marcel, aunque su verdadero nombre es Juan Luis. Mi hermana asegura que a Marcel–Juan Luis le gusta poner las fotografías de cabeza para evitar quemarse la lengua y contraer matrimonio antes de saber rasurarse.
Calcetines agujereados en el bote de ropa sucia, en los cajones y en la lavandería. Nunca aprendiste a remendar. Se te enreda el hilo. Hay una cajita de costura que ocultabas entre las macetas. Resistía los malos tiempos, el embate de los gatos, las guarradas de los vecinos. En ella también una rueda, varias postales y la historia de la anciana que aprendió a leer a los ochenta y que en un par de años dominaba la jerga médica del alemán y el chino. Por la orilla del muro se acerca alguien, le llaman Marcel, aunque su verdadero nombre es Juan Luis. Mi hermana asegura que a Marcel–Juan Luis le gusta poner las fotografías de cabeza para evitar quemarse la lengua y contraer matrimonio antes de saber rasurarse.
DOBLES DEL CENTRO
Ella pasó un verano haciendo origami. Se tumbaba en un tapete y armaba treinta piezas al día. Estaba en el paro. Comía semillas y arroz blanco. Llevaba muy poco en esa casa. Los vecinos la saludaban con sus perritos en los hombros. Le debía dinero a su familia y sus amigos le debían a ella. Podría decirse que estaba atrapada. A ella le gustaba eso. Permanecer atrapada pero sin ningún vigía. Cuando se comunicaba con sus hermanos describía origamis que nunca había hecho y que en realidad eran imposibles de hacer. A su hermana mayor le prometió una pieza que fuera un libro pero también un tiradero de botellas de plástico y una vieja ciudad de la frontera.
Ella pasó un verano haciendo origami. Se tumbaba en un tapete y armaba treinta piezas al día. Estaba en el paro. Comía semillas y arroz blanco. Llevaba muy poco en esa casa. Los vecinos la saludaban con sus perritos en los hombros. Le debía dinero a su familia y sus amigos le debían a ella. Podría decirse que estaba atrapada. A ella le gustaba eso. Permanecer atrapada pero sin ningún vigía. Cuando se comunicaba con sus hermanos describía origamis que nunca había hecho y que en realidad eran imposibles de hacer. A su hermana mayor le prometió una pieza que fuera un libro pero también un tiradero de botellas de plástico y una vieja ciudad de la frontera.
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