desgastan la tarde y el asfalto
rebasan la oscilación irreal del autobús
de la línea 70
dejándonos atrás
cosiendo las caras silenciosas.
Un viejo sentado
rebusca
entre bolsas verdes de fruta del pakistaní,
saca dos chaquetas de lana
las mueve entre sus dedos gruesos
busca y arranca bolas casi invisibles de pelusa,
despacio.
El bus se detiene,
fuera; rebajas,
y en la marquesina el vampiro se publicita
en la oenegé de turno.
Dentro; solo se escucha el motor ecológico
al ralentí
manteniéndonos calientes.
El viejo sigue con lo suyo
después alza la mirada,
las cataratas punteándole unos ojos claros
dignos y firmes,
dejándonos atrás.
Marcos Ferrer