Libro de horas de Beirut, de Amador Vega


Ni las horas, ni los días, nada que transcurra es ajeno al dolor de la pérdida. Hay una recreación de la pérdida en la literatura, en las artes, no así en el pensamiento. Especialmente en la generación que ronda los treinta-cuarenta, puedo ver como se hacen cargo de las pérdidas de sus padres en tanto un fundamento imprescindible de sus vidas, transcurridas estas en un ir y venir.

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Estoy delante del mar apartando moscas. Esperando a que termine el horario laboral de los obreros para volver a casa. Todos los días me encuentro al loco del barrio. Hace recados para el colmado. Cuando te cruzas con él, siempre te saluda, te da la mano, ríe y es feliz en su día a día. Siento como si Beirut y los beirutíes hubieran callado a mi entorno y me hubiera quedado sin exterioridad, sin nada que contar, abierta una brecha en mi interior. Como si el viaje fuera el cuchillo que ha abierto un vacío en mi corazón.

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Todavía hemos de volver, allí quedan mi equipaje, los libros, mi frasco de tinta azul-gris, pero seremos otros. ¿Qué queda de nosotros después de haber sido cada uno de estos que somos a diario? Como si pretendiéramos un ser continuo, o permanente, que sostuviera cada una de aquellas máscaras con las que todos los días de nuestra existencia nos asomamos a la vida y a los demás.


[Fragmenta Editorial]

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