Todas las mañanas paso a su lado, casi la rozo, cuando regreso de tomar el desayuno.
La muerte se llama Gastón.
La muerte es un montón de huesos deformes. Es dos prominentes cuencas en un rostro decrépito.
Es unos pies arrastrando la acera lentamente, muy lentamente.
Hace un ruido estertóreo, como si alargara un gruñido, en un intento fatigoso de acompasar sístoles y diástoles.
La muerte con la que me topo todas las mañanas a las doce y diez tiene cuerpo de hombre.
Y se llama Gastón.
Amparo Paniagua, De Batallas perdidas.