Los muertos
los que se van
los que se hicieron sombra
los que no son ya
más que un recuerdo.
Es duro contemplar
el rostro inmóvil
de un cadáver
su cuerpo inerte
sus manos rígidas
sus párpados morados.
Es duro escoger
para él un ataúd
encargar flores
y octavillas en su honor
y especular después
sobre sus bienes.
Escuchar lo que se inventa
en el funeral el sacerdote
y dejarle luego a solas
con la tierra.
Durante algunos días
piensas en la soledad
de su cuerpo
consumiéndose en lo oscuro
en el proceso extraño
de su descomposición.
Hasta que pasa el tiempo
y los muertos
se quedan solos
allá abajo
a merced de los gusanos
soñando en sus hermanos vivos
y escuchando
el eco triste del vacío
la voz muda
del infinito.
Vicente Muñoz Álvarez,
de Parnaso en llamas
(Baile del sol, 2006).