Éste es, sin duda, uno de los mejores libros publicados en España durante 2014, y sin embargo no lo he visto en casi ninguna lista de lo mejor del año, o al menos no lo he visto en los inventarios oficiales con los que los medios nos han achicharrado en el mes de diciembre. La respuesta es obvia: no aparece en esas listas porque lo publicó Pálido Fuego, que es una editorial pequeña e independiente; si lo hubieran sacado en Mondadori o Alfaguara o Seix Barral, estaría en el top 5 de todos esos medios oficiales.
Porque la novela de Robert Coover es lo que los entendidos llaman un auténtico tour de force. 600 y pico páginas en las que uno de los narradores es el mismísimo Nixon, que se convierte aquí en un personaje grandioso, capaz de soltar frases para enmarcar y también capaz de caer en las mayores torpezas, dignas de un personaje de Peter Sellers. Como es una sátira de la política de los años 50 en Estados Unidos, y como Coover suele ser un autor experimental, el argumento utiliza un montón de datos reales para acabar tomando su propio rumbo, su propia ficción en la que las ejecuciones de un matrimonio acusado de espionaje se transforman en una especie de teatro en plaza pública al que asistirán numerosos personajes de la cultura popular. Coover alterna los capítulos narrados por Nixon con otros contados por un narrador en tercera persona. Junto a él destaca Ike Eisenhower, el presidente al que Nixon ve como una especie de superhéroe inmortal: El Tío Sam, símbolo de la América poderosa y conservadora. El villano es El Fantasma, es decir, el comunismo que ambos quieren combatir y que amenaza la estabilidad del ciudadano medio.
Dado que he elegido un montón de fragmentos para copiarlos aquí, prefiero no seguir destripando esta locura de novela tan divertida como voluminosa y os dejo con ellos (y con un consejo: no la dejéis escapar, es un clásico contemporáneo):
Cualquier hombre corriente de más de treinta sabe que en política –en casa y en el extranjero– hay mucho más que charla sencilla y apretones de manos afectuosos. Esta es una verdad política: ser artero consigue votos. La deshonestidad es a menudo la mejor estrategia. Todos lo sabemos: la política es un juego sucio, combativo, peligroso, no algo que admita sonrisas de mono imbécil. Un líder querido no es en absoluto un líder. La sociabilidad resulta una carga si vives cerca del núcleo. Todos los cruzados cometen un error: se van de casa. Los optimistas compran los coches usados equivocados, hacen caso al tipo que se los vende. Y nunca hay que confiar en ningún hombre que tenga "los dientes tan limpios como los de un perro": está claro que nunca ha estado en el mundo real cuando se ha armado la gorda.
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En fin, es un viejo tópico, lo mismo que una nación no tiene ni amigos ni enemigos, únicamente intereses, tampoco hay lealtades duraderas en política salvo si están vinculadas a intereses personales. Me lo enseñó el Tío Sam, o puede que lo aprendiera en la escuela elemental.
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[Conversación entre Nixon y Eisenhower; el primero que habla aquí es Nixon]:
-¿Tú…? –grazné–. ¡Pero tú… tú eres… tú no puedes…!
-¿Morir? Oh, no soy inmortal, hijo, me asquearía pensar que lo fuera. Nada dura para siempre, nenaza, ni siquiera la propia Historia, ¿por qué iba yo a durar pues? ¡Más tarde o más temprano, el Fantasma nos alcanza a todos!
Estaba verdaderamente desencajado. Me contuve mirándole fijamente del mismo modo en que solía mirar a mi madre desde que me di cuenta de que ella tenía que morir. De pronto, todo parecía frágil y tenue. Quebradizo.
-Pero tú eres tan… ¡tan fuerte!
-Acuérdate de los antiguos reyes, muchacho, los tiempos no cambian. Yo soy la fuerza que levantará al mundo ebrio de pecado, a ver si no… ¡pero me las arreglaré!
-Yo… no comprendo…
-Yo no viviría para siempre, no pido quedarme, ¡lo más adorable de lo adorable son ellas, lo que antes se malgasta en la tierra, gózalo mientras puedas! ¡Eso es poesía, muchacho! ¡Jerjes el Grande murió y la misma obligación tenemos tú y yo!
Sí, estaba desencajado, pero curiosamente también me sentía como si estuviera cerca del centro de las cosas. Después de todo, esto ha sido para algo, pensé. Me sentía más cerca del Tío Sam que nunca.
-Bueno, probablemente, después de que la cosa acabe, regresaré algún día, como Cristo… –Suspiró melancólicamente, dio una calada a su pipa, expulsó un penacho de humo con forma de pájaro, un águila–. Pero no sería lo mismo… –Le añadió alas y el pájaro se fue aleteando hacia el sol: la luz me cegaba pero, hasta donde pude ver, simplemente desapareció. Cuando volví a mirar al Tío Sam, él me contemplaba de un modo muy extraño, los ojos azules le resplandecían como si estuvieran iluminados por detrás–. A veces –dijo en voz baja–, a veces casi deseo morir…
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El aspecto de un candidato es mucho más importante que lo que dice, y lo más importante es ser conocido.
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En los viejos tiempos, antes del New York Times, si querías destruir a un hombre, inscribías su nombre en una vasija y la hacías añicos. O clavabas un alfiler en una imagen de arcilla. Ahora adjuntas su nombre a un pecado y lo imprimes.
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Una masa, ya se ve, no actúa de manera inteligente. Aquellos que componen una masa no piensan de manera autónoma. No piensan racionalmente. Es muy posible que hagan cosas irracionales, incluido el volverse contra sus líderes. De manera individual, quienes integran una masa son cobardes; sólo colectivamente, incitada por un líder, dará la masa la impresión de actuar con valentía. Una masa está sedienta de sangre. El sabor de la sangre le abrirá el apetito de más violencia y más sangre. No debe hacerse nada que tienda a acentuar estos atributos. Una masa ha perdido los nervios como colectivo. El individuo que se las vea con una masa jamás debe perder los suyos o se verá reducido a su nivel y se convertirá en su presa fácil. Ha de mantener sus emociones tan frías como acaloradas lo estén las de la masa, tan controladas como descontrolada esté la masa, concentrarse por completo en el problema a que se enfrenta y olvidarse de sí mismo, entusiasmarse por la batalla pero no por la agitación. Dado que aquéllos que componen la masa son básicamente cobardes, uno nunca debe mostrar temor ante una masa, debe bloquear cualquier pensamiento temeroso mediante un acto consciente de su voluntad. Dado que una masa es estúpida, es importante enfrentarla con maniobras inesperadas: tomar la ofensiva, no ponerse nervioso, hacer lo inesperado, pero no cometer ninguna temeridad.
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-Es una de las lecciones de la política –dije con gravedad–. Aquellos que uno cree sus mejores amigos a menudo resultan ser la cruz más pesada que tiene que soportar.
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Quien está en la vida política debe esperarse la calumnia y saber que, por lo general, lo mejor es ignorarla y confiar en que se desvanezca.
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–el mejor rasgo de un hombre no es lo bien que hace lo que le gusta sino lo bien que hace lo que no le gusta–.
[Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]