Leia y Darth Vader
Leia. 5 de enero de 2015, 21:12h p.m.
Carla está perfilando sus labios frente al espejo del tocador en un tono cereza. Al igual que las uñas largas de sus manos; afiladas y gruesas de las que pueden arrastrarse por la piel y dejar rasguños como las gatas.
Su rostro es un pequeño museo. Base de maquillaje, corrector de ojeras, sombra de ojos, kajal, coloretes y un largo etcétera. No le falta detalle. Lleva un minivestido negro ceñido a su voluptuoso cuerpo; un guante de satén hecho a la medida, con un escote vertiginoso. Tacones vintage de aguja y medias con costura. Parece una dominatrix preparada para una sesión sado. El toque final son unas cuantas gotas de la vainilla sintética más sofisticada del mercado: Shalimar de Guerlain.
Camina unos pasos y se abriga con un chaquetón de astracán heredado de su madre. Acicalada, sale del cuarto y echa una ojeada al excelso salón con decoración navideña. Recoge un paquete que está bajo el pomposo abeto con el nombre de Marc y recorre un largo pasillo. Los acordes musicales que John Willian hizo para La Guerra de las Galaxias, subidos de tono, le hacen torcer el morro. Se acerca a una puerta y la golpea con la puntera…
–Marc, baja la música, por favor. Está demasiado alta. Además, te he traído tu regalo de Reyes –deja el envoltorio en el suelo—. Voy a la cocina a por tu cena. Cuando venga, quiero que todo esté en orden.
El volumen sube de tono.
–¡Joder, hermanito! ¡Te he dicho que bajes la música! ¡Me tienes hasta las narices! –dice gritando.
La música se eleva más.
–¡Cómo quieras! Me voy a una rave party muy chic. No sé cuando volveré ni cómo. ¡Vete a la mierda! ¡Aquí te dejo tu puto regalo!
Resopla y saca aplomo. Sale de la casa sinuosa como una cobra negra.
Darth Vader. 5 de enero de 2015, 21:12h p.m.
Marc sube la música y abre su monitor Samsung. Minutos después, está jugando a Star Wars: El Poder de la Fuerza. Los ojos fruncidos y maquinales. La boca escupe unas gotas de espuma babeante por las comisuras. Está, literalmente, enajenado al margen de cualquier realidad circundante. Se cree el pupilo secreto de Darth Vader; con este extravagante pensamiento, las estructuras que le rodean, animales de silicona, plantas de elastómero y comics apilados… adquieren formas inusuales. De repente, se ve teletransportado a Coruscant (la mismísima capital de la República Galáctica). Se quita las gafas y arruga los párpados.
¡Por fin estoy dentro de mi fantasía! Un universo paralelo en el que La Guerra de las Galaxia se torna realidad. No escucho ruidos ensordecedores, ni voces agudas o rumores desagradables que me provocan unos interminables acufenos. Sólo hay Jedis, ewok, geonosianos o los depredadores de costumbre. Por lo tanto, no tomaré Gominolas de colores ––se dice a sí mismo.
De Inmediato, abre su pastillero y lo tira contra la pared. Un sinfín de cápsulas de distintos colores (como el mismísimo estallido del Big Bang) caen desparramadas delante de sus ojos y terminan por estrellarse en el suelo.
–¡Ahora te demostraré lo que valgo, puto wampa! ¡Ya no soy Anakin. Soy el mismísimo Darth Vader! –se encara al Lego amenazante de doble cornamenta y dientes puntiagudos.
Se escucha un rugido. Marc se levanta y desenfunda su espada de luz antes de emprenderla con todo bicho viviente en un enzarzado combate contra las fuerzas del bien. Horas más tarde, está sentado en el suelo, agotado. Al borde de un colapso. Los acordes de Williams son un susurro. Sus recuerdos se difuminan en el bulbo raquídeo, y, a medida que pasa el tiempo, se convierten en meros fotogramas en los que realidad y ficción convergen.
Leia. 6 de enero de 2015, 21:12h p.m.
Carla regresa haciendo eses. Los ojos abiertos como platos, la boca pastosa; la fragancia a litrona supura por todos los poros de su organismo y, los efectos secundarios de los estupefacientes que ha ingerido, le confieren un toque maquiavélico. Una sonrisa perenne, que deja entrever sus dientes anegados de nicotina, enmarca su óvalo. Tras varios intentos de introducir la llave en la cerradura: golpea la puerta con la puntera de los zapatos. Se le tuerce un tobillo…
–¡Me caguen la leche! –barrunta antes de chillar como una energúmena—¡Marccc…! –su aullido se apaga, cuando ve que su hermano abre la puerta.
–Vaya. Pero qué guapín vas con ese nuevo trajecito galáctico. Te sienta bien –dice descojonándose de Marc.
–Áhaa...áhaaa...áhaaa... –contesta Marc con un sonido gutural.
–Me parto la caja. ¡Serás friki! –suelta Carla.
–Áhaa...áhaaa...áhaaa... –Marc le enseña un paquete.
–Vale lo retiro. Es un regalito. ¡Yupi! –destroza el papel para ver el interior—. ¡Joder macho. Ya está bien! Hace tres décadas que me regalas los mismo: el puto disfraz de la princesa Liea o como se diga…
Carla pone cara de asco.
Darth Vader. 6 de enero de 2015, 21:12h p.m.
Marc escucha un ruido extraño. Sale de su cuarto y abre la puerta principal. Va vestido de Darth Vader. La princesa Leia (Carla) lo espera. La cara desorbitada. El cuerpo ensangrentado como si acabara de huir de una batalla galáctica…
–Hija mía, seas bien recibida. ¿Qué te ha sucedido? –le pregunta con su hálito moribundo y maléfico.
–No me llames así. ¡Nunca seré tu hija! Acabo de librar una batalla contra el mal: tu aliado. Vengo a suplicarte que dejes tu espada y te rindas –contesta Carla.
–¡Eso nunca! Antes la muerte. Como antiguo Jedi, nunca cederé mi arma a nadie –dice Marc.
–Ya está bien. No soy Liea o como se diga…
–Está todo dicho. No quieres pasarte al lado oscuro –concluye Marc antes de acariciar su espada de luz (un cuchillo bien hermoso de utilidad culinaria).
El semblante de Marc –camuflado bajo la máscara de Darth Vader— está desolado.
Leia y Darth Vader. 6 de enero de 2015, 21:21h p.m.
Tras unas palabras, Darth Vader la emprende a machetazo limpio con su hermana. Leia se defiende con su propio sable (los tacones de aguja que lleva puestos). Los clava en la máscara de fibra de vidrio de la compañía Anovos que utiliza Marc como buen cosplay galáctico. Un pequeño surtidor de hematíes brota como un geiser en plena erupción.
La lucha es mortal. Un charco de sangre rodea los cuerpos agonizantes de Carla y Marc.
–Áhaa...áhaaa...áhaaa... –dice Marc.
–Hijo puta… –susurra Carla.
Las hechuras sanguinolentas se apagan poco a poco.
©Anna Genovés
04/01/2015
Todos los derechos reservados a su autora
Imagen tomada de Google
Carmen y Paco son los últimos eslabones de una familia vallisoletana adinerada, con mucha guita y tradiciones religiosas abigarradas desde antiguo. Pero ellos pasan de todo; han cambiado los capirotes de Nazarenos y los cantos del Miserere por regalos…
Leia. 28 de marzo de 2015, 21:12h p.m.
Carmen está perfilando sus labios frente al espejo del tocador en un tono cereza. Al igual que las uñas largas de sus manos, afiladas y gruesas, de las que pueden arrastrarse por la piel y dejar rasguños como las gatas.
Su rostro es un pequeño museo. Base de maquillaje, corrector de ojeras, sombra de ojos, kajal, coloretes y un largo etcétera. No le falta detalle. Lleva un minivestido negro ceñido a su voluptuoso cuerpo; un guante de satén hecho a la medida, con un escote vertiginoso. Tacones vintage de aguja y medias con costura. Parece una dominatrix preparada para una sesión sado. El toque final son unas cuantas gotas de la vainilla sintética más sofisticada del mercado: Shalimar de Guerlain.
Camina unos pasos y se abriga con un chaquetón de astracán heredado de su madre. Acicalada, sale del cuarto y echa una ojeada al excelso salón decorado con cirios, rosarios y esculturas religiosas, antiquísimas. Recoge el paquete que está bajo una talla barroca de la Virgen María con Jesús Yacente entre sus brazos, y recorre un largo pasillo. Los acordes musicales que John Willian hizo para La guerra de las galaxias, subidos de tono, le hacen torcer el morro. Se acerca a una puerta y la golpea con la puntera…
–Paco, baja la música, por favor. Está demasiado alta. Además, te he traído tu regalo de Cuaresma –deja el envoltorio en el suelo—. Voy a por tu cena. Cuando venga, quiero que todo esté en orden.
El volumen sube de tono.
–¡Hermanito! ¡Te he dicho que bajes la música! ¡Me tienes hasta las narices! –dice gritando.
La música se eleva más todavía.
–¡Como quieras! Me voy a una rave party muy chic. No sé cuándo volveré ni cómo. ¡Vete a tomar por viento! ¡Aquí te dejo tu puñetero regalo! –termina por decir, bastante cabreada.
Resopla y saca aplomo. Sale de la casa, sinuosa como una cobra negra.
Darth Vader. 28 de 2015, 21:12h p.m.
Paco sube la música y abre su Mac. Minutos después, está jugando a Star Wars: el poder de la fuerza. Los ojos fruncidos y maquinales. La boca escupe unas gotas de espuma babeante por las comisuras. Está, literalmente, enajenado al margen de cualquier realidad circundante. Se cree el pupilo secreto de Darth Vader; con este extravagante pensamiento, las estructuras que le rodean, animales de silicona, plantas de elastómero y cómics apilados… adquieren formas inusuales. De repente, se ve teletransportado a Coruscant (la mismísima capital de la República Galáctica). Se quita las gafas y arruga los párpados.
¡Por fin estoy dentro de mi fantasía! Un universo paralelo en el que La guerra de las galaxias se torna realidad. No escucho ruidos ensordecedores, ni voces agudas o rumores desagradables que me provocan unos interminables acúfenos. Sólo hay jedis, ewoks, geonosianos o los depredadores de costumbre. Por lo tanto, no tomaré gominolas de colores –se dice a sí mismo.
De inmediato, abre su pastillero y lo tira contra la pared. Un sinfín de cápsulas de colores distintos (como el mismísimo estallido del Big Bang) caen desparramadas delante de sus ojos y terminan por estrellarse en el suelo.
–¡Ahora te demostraré lo que valgo, puto wampa! ¡Ya no soy Anakin! ¡Soy el mismísimo Darth Vader! –se encara al lego amenazante de doble cornamenta y dientes puntiagudos.
Se escucha un rugido. Paco se levanta y desenfunda su espada de luz antes de emprenderla con todo bicho viviente en un enzarzado combate contra las fuerzas del bien. Horas más tarde, está sentado en el suelo, agotado. Al borde de un colapso. Los acordes de Williams son un susurro. Sus recuerdos se difuminan en el bulbo raquídeo, y, a medida que pasa el tiempo, se convierten en meros fotogramas en los que realidad y ficción convergen.
Leia. 29 de marzo de 2015, 21:12h p.m.
Carmen regresa haciendo eses. Los ojos abiertos como platos, la boca pastosa; la fragancia a litrona supura por todos los poros de su organismo, y los efectos secundarios del alcohol y las drogas que ha ingerido le confieren un toque maquiavélico. Una sonrisa perenne, que deja entrever sus dientes anegados de nicotina, enmarca su óvalo demacrado. Tras varios intentos de introducir la llave en la cerradura, golpea la puerta con la puntera de los zapatos. Se le tuerce un tobillo…
–¡Me caguen la leche! –barrunta antes de chillar como una energúmena—. ¡Pacooo…! –su aullido se apaga, cuando ve que su hermano abre la puerta.
–Vaya. Pero qué guapín vas con ese trajecito galáctico nuevo. Te sienta de maravilla –dice descojonándose de Paco.
–Áhaa… áhaaa… áhaaa… –contesta Paco con un sonido gutural.
–Me parto la caja. ¡Serás friki! –suelta Carmen.
–Áhaa… áhaaa… áhaaa… –Paco le enseña un paquete.
–Vale, lo retiro. Es un regalito. ¡Yupi! –Carmen destroza el papel para ver el interior—. ¡Ya te vale, macho! Hace tres décadas que me regalas lo mismo: el puto disfraz de la princesa Liea o como se diga…
Carmen pone cara de asco.
Darth Vader. 29 de marzo de 2015, 21:12h p.m.
Paco escucha un ruido extraño. Sale de su cuarto y abre la puerta principal. Va vestido de Darth Vader. La princesa Leia (Carmen) lo espera. La cara desorbitada. El cuerpo ensangrentado como si acabara de huir de una batalla galáctica…
–Hija mía, seas bien recibida. ¿Qué te ha sucedido? –le pregunta con su hálito moribundo y paternal de incrustaciones maléficas, acusadas.
–No me llames así. ¡Nunca seré tu hija! Acabo de librar una batalla contra el mal: tu aliado. Vengo a suplicarte que dejes tu espada y te rindas –contesta Carmen.
–¡Eso nunca! Antes la muerte. Como antiguo Jedi, nunca cederé mi arma a nadie –dice Paco.
–Ya está bien. No soy Liea o como se diga…
–Está todo dicho. No quieres pasarte al lado oscuro –concluye Paco antes de acariciar su espada de luz (un cuchillo bien hermoso de utilidad culinaria).
El semblante de Paco –camuflado bajo la máscara de Darth Vader— está desolado.
Leia y Darth Vader. 29 de marzo de 2015, 22:22h p.m.
Tras unas palabras, Darth Vader la emprende a machetazo limpio con su hermana. Ambos rulan por el suelo en una lucha encarnecida. Leia se defiende con su propio sable (los tacones de aguja que lleva puestos). Los clava en la máscara de fibra de vidrio de la compañía Anovos que utiliza Paco como buen cosplay galáctico. Un pequeño surtidor de hematíes brota como un géiser en plena erupción.
La lucha es mortal. Un charco de sangre rodea los cuerpos agonizantes de los hermanos.
–Áhaa… áhaaa… áhaaa… –dice Paco.
–Mamón… –susurra Carmen.
–Áhaa… áhaaa… áhaaa… –los párpados de Paco se apagan.
–Ya vienen a por nosotros… ya vienen –concluye Carmen cerrando los ojos.
El eco perenne de la musicalización del salmo 51 del Antiguo Testamento, con los arreglos del prodigioso Wolfang Amadeus Mozart, suenan cercanos; la hermandad de la Vera Cruz y la cofradía de Ánimas pasean sus tallas. Las hechuras sanguinolentas de Carmen y Paco se apagan.
©Anna Genovés
04/01/2015
Modificado el 29/03/2015
Todos los derechos reservados a su autora