7. Vuelven los turistas japoneses por Navidad, ahora que el sol mediterráneo gandulea. Educados y discretos, silenciosos y elegantes, se les encuentra frente a la Sangrada Familia, deambulando por las Ramblas, fotografiando la Pedrera, comprando en Vinçon… Y entre los invasores nipones reaparecen las jovencitas de flequillo francés y mirada tímida que recorren medio mundo arrastrando con dificultad maletas que les superan en peso y volumen.
8.Varios miles de personas esperan ordenadamente y formando una larga cola acceder al Pabellón de la Vall d’Hebrón, mientras las bocas de metro adyacentes siguen expulsando nuevos asistentes al primer mitin de Pablo Iglesias en Barcelona. Tal aglomeración genera sorpresa a los allí presentes, quienes no esconden una mezcla de admiración y orgullo por formar parte al fin al bando que se promete ganador. Se fotografían con los móviles, selfies de amplias sonrisas y puño en alto, mientras compadrean y estrechan sus manos… A primera vista, la mayoría de los que vienen esta mañana de domingo a comprobar si en la cercanía Iglesias es el mismo de los platós de televisión, que desde meses ha colonizado con su sus embates a lo que llama casta y de la que nadie cree formar parte, parecen representantes de esa clase media de españoles que creció y adquirió su estatus con Felipe González, se consolidó con José María Aznar, tuvo sus sueños de grandeza con José Luis Rodríguez Zapatero y que en los últimos años ha visto como se evaporizaban las casas, los coches y, lo que es más doloroso, la creencia de haber abandonado para siempre la clase obrera. Mucho exvotante del PSC-PSOE, de Izquierda Unida, de ICV y también gente que empezó en el activismo político a través de organizaciones sociales como la plataforma anti desahucios, los Anti Bolonia y aquellos “indignados” que no hace tanto tiempo ocuparon las plazas de toda España y que algunos se apresuraron a dar por enterrados… También se ha colado más o menos de incógnito, la gorra calada hasta las cejas no disimula su plateado bigote que le caracteriza, el expresidente Pasqual Maragall. Sorprende la ausencia de banderas en la muchedumbre, algo insólito en la Cataluña estelada de hoy, apenas cuento algunas chapas con la tricolor en las solapas de las de los más veteranos.
Me paseo entre las miles de personas que hacen cola ordenadamente y están convencidos de que las puertas del recinto aún están por abrirse. Nadie les ha avisado todavía, lo hará dentro de unos minutos un Mosso con un megáfono, de que el recinto hace más de una hora que copó su aforo, con representantes de los círculos de Podemos en toda Catalunya -pancartas de Salt, Cornellá, Badalona, Sant Andreu de la Barca-, y que con suerte deberán conformarse con escuchar las medias palabras y las frases entrecortadas que superarán los muros del pabellón. Echando mano de mi carnet de prensa, muy útil también para entrar por la patilla en la mayoría de museos de Francia, Italia y el Reino Unido, consigo acceder al interior y me topó al instante con una fiesta multitudinaria. Después de cubrir para diferentes medios durante una década todo tipo de mítines y festejos políticos quedo impresionado por la capacidad de movilización que ha logrado Podemos, sólo equiparable en Catalunya a la que muestra la ANC. En un tiempo en el que los partidos tradicionales, pónganse las siglas que queramos –PP, PSOE, CiU, PNV, IU…- sudan para agrupar en sus actos un millar de personas, de las cuales en su mayoría son militantes de la formación, parientes de algún cuadro o trepadores profesionales, es decir, que de una manera u otra sacan tajada al asunto, Podemos mueve con una facilidad pasmosas a entusiastas masas. Se palpa euforia, ganas de cambio y entonando el “sí se puede”, espontáneo himno de la luchas contra los deshaucios, el pabellón entero recibe en pie a Iglesias. Hay mucho de culto al líder e Iglesias parece cómodo con su papel de “mesías” obrero. Juega con ello y busca sacar partido a su insolente carisma: saluda como una estrella del rock de gira por media Europa –“¡buenos días Barcelona!”, se mueve con suavidad, casi levitando, por el escenario mientras el respetable grita “¡presidente, presidente” o “te queremos” , guiña el ojo a las primeras filas, se deja incluso tocar en la espalda, habla despacio y evita un mal común de los políticos: tratar a su audiencia como si fueran tontos del capirote. Un repertorio de gestos, más cuidados que espontáneos, que adapta y moderniza los códigos del populismo chavista, que tan bien conoce y del que ha obtenido tanto. Iglesias Copia del comandante la agresividad para con los medios de comunicación, con sorprendentes y reiterativos ataques a Alfonso Rojo y Eduardo Inda, a quienes tilda de “caniches rabiosos”. También un argumentos antiburgueses algo tronados, marcando fronteras entre barrios y señalando con desdén a Pedralbes como refugio de la casta y apelando, frente a Cornellá o Santa Coloma, a las zonas donde viven “los de abajo”. Es una izquierda desacomplejada, leída, con grandes dosis de mala leche y que ha sabido elaborar un cocktail, con algo de Gramsci, gotas de Marx, Laclau, Toni Negri, también de Zizek, García Calvo y Naomi Klein, que sacia la sed de miles de españoles que perdieron la fe, el trabajo y los ahorros. “El poder teme al pueblo y a la gente”, “su tiempo se ha terminado”, “somos muchos más”, proclama Iglesias como palabras mágicas que levantan por enésima vez al público de sus asientos y entonan el futbolero “a por ellos”. Sus ojos brillan de ilusión y por la creencia de que Podemos es un proyecto imparable. Una comunión que inquieta sobremanera al soberanismo, que se ha sumado a larga retahíla de descalificaciones que PP y POSE ha vertido sobre esta joven formación. No es para menos. Su irrupción desordenada el tablero político catalán, convirtiéndose en un serio obstáculo para el milimetrado plan de Artur Mas hacia la independencia y el más allá. Precisamente el líder de CiU es quien cosecha hoy más abucheos y silbidos cuando su nombre es citado. Iglesias pone al partido por ahora hegemónico en Cataluña en las mismas coordenadas ideológicas y morales que el PP. “Los que llevan el dinero a Andorra o Suiza tienen un nombre, traidores a la patria”, exclama. Más y sonoros aplausos. Como se aplaude a rabiar también la estocada que Iglesias al líder de la CUP David Fernández y un aviso de que Podemos quiere asaltar el cielo en solitario. “A mi no me veréis ni abrazar a Mas ni abrazar a Rajoy”. El mitin concluye con la canción de la Estaca, un guiño cumba que deja más bien indiferente a la atención de buena parte del público, que ya empieza a circular. Ellos vinieron hoy por y para escuchar a Iglesias.
Archivado en: Diarios, Sin categoría Tagged: barcelona, diario, Izquierda Unida, japoneses, Pablo Iglesias, Pablo Iglesisas, Podemos, política, turistas