Lo último que deberías saber sobre mí, en especial si eres una mujer, es, sin embargo, lo primero que te voy a desvelar: en esencia, soy un inútil. Sí. Lo que lees. Un inútil. Lo que oí yo durante mi infancia y buena parte de la adolescencia. Que soy un inútil. Eso me repetía con insistencia, a la menor ocasión que se le presentaba o que yo le daba, El Hombre de la Cicatriz en el Ojo, es decir, mi padre, el Ogro: No eres más inútil, hijo mío, porque Dios no lo quiso, me decía: Porque sé que naciste en casa, continuaba, que sino pensaría que te habían cambiado en el hospital o que te habían traído de la inclusa. Está de más que te diga que yo desconocía el significado de esa palabra: inclusa. Lo que sí entendía era que yo, además de ser un inútil, un verdadero inútil, no había día que no me lo llamara, ahora también era un incluso.
David González, del blog El lenguaje de los puños.
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