Ya solo me queda una maleta y un libro
en esta casa.
Después, cerraré la puerta con llave.
Empiezo una nueva vida, es decir,
deshago todas las maletas y las vidas anteriores en otro punto del mapa.
No, no tengo ganas de escribir,
igual que no tenía ganas de hacer maletas;
es penoso repartir muebles,
dolores, daños,
no tenía ganas de decir tantos adioses sin decir
y otros, tan cortos.
Y, sin embargo, es necesario escribir y empaquetar.
Luego, partir:
intentar llegar a otro punto con todas las cargas, el peso, la evidencia
de quien solo
se adhiere a objetos con forma de rostros doblados.
El próximo lunes, al llegar, el primer día de un mes cualquiera,
estará todo repartido
y habrá que deshacerlo bien.
A ti te dejo las copas de vino que robamos juntos, las fotos de carné
y todos esos recuerdos
que permanecen casi ilesos en los objetos con los que dormimos,
a los que observamos, con los que vivimos.
Solo un libro, una maleta y lo puesto.
El próximo lunes
llegaré llena, hasta arriba, deshecha,
llegaré cargada con algo que ya no será mío
y que ni tú ni yo, hablando lenguas distintas, nombraremos ya jamás.
Sara R. Gallardo, Berlín no se acaba en un círculo