Hoy publico la primera parte de mi reportaje de investigación sobre Amway. Se trata de una multinacional estadounidense que intenta captar adeptos utilizando técnicas de presión psicológica para que vendan y compren sus carísimos productos. También para que acepten pagar costosos cursos de formación que imparten sus miembros más experimentados. Amway es una organización perversa que juega con las ilusiones de la gente aprovechándose de la actual situación de crisis, paro y precariedad laboral. Ha arruinado a muchas personas mediante estafas piramidales, prohibidas en todos los países civilizados (incluso en España).
El reportaje está escrito en primera persona a modo de inmersión, ya que intentaron enredarme en su farsa y decidí seguirles el juego para descubrir más sobre ellos. Es el resultado de mi experiencia y de un laborioso trabajo de documentación. He visto y leído cosas surrealistas que he intentado describir utilizando los recursos que me han parecido más adecuados, incluyendo los literarios. Confío en que os interese y cuento con vosotros para que lo compartáis en las redes, contribuyendo así a denunciar las prácticas lamentables de esta empresa y alertando a los incautos.
Dos actores aficionados que interpretan su rol: yo permanezco callado en la primera fila mientras él gesticula desde el estrado. La misión del orador, de nacionalidad argentina, consiste en convencernos de la gran oportunidad que supone integrarse en la familia de Amway. Según mi mentor se trata de un empresario exitoso de inspiradora trayectoria, pero yo diría que su destreza para hablar en público apenas supera la de un nervioso estudiante al que obligan a presentar un trabajo en el que no se ha esmerado.
Amway. El nombre no pertenece al ecosistema de marcas de la mayoría de consumidores. Sin embargo, la empresa lleva 65 años en el mercado y acumula unos beneficios cifrados en miles de millones de dólares. O al menos eso asegura la compañía. Se denomina así como abreviatura del American way of life tan cuestionado en tiempos de revisión capitalista, pero cuyo influjo aún subyuga a numerosos individuos con altas ambiciones económicas que pregonan sumisión absoluta al “Dios Mercado”.
El conferenciante prosigue su discurso en un pobre simulacro de los preceptos del storytelling. Resumo su vida más fabulada que fabulosa: un tipo sin empleo, un don nadie insignificante que obligaba a su esposa a trabajar por los dos, descubre la existencia de Amway, una empresa que ofrece a sus partners la posibilidad de obtener ingentes beneficios en función de las ventas que consigan. Gracias al marketing multinivel – nuevo paradigma de los negocios –, no se limita a colocar los productos de la casa sino que además construye una red de contactos que a su vez crean nuevas redes que venden más y más productos y así hasta el infinito (teóricamente).
Cada venta de un miembro de su red le supone un beneficio en forma de comisión. Tal vez por ello está de excelente humor y no para de hacer bromas que provocan risas inmediatas entre los asistentes (sin embargo, yo jamás había escuchado a un ponente argentino con tan poca gracia). Dosifica su historia con abrumadores datos sobre el éxito de la compañía: afirma que ya hay en todo el mundo cinco millones de “empresarios Amway” con la misma tranquilidad con que un profesor de instituto diría que ha borrado tres pizarras esta mañana. Ninguna cifra es lo bastante impactante para ilustrar lo fácil que resulta vender sus innovadores productos, amparados por la investigación de científicos entre los que se cuentan varios Premios Nobel, y conseguir grandes sumas de dinero con un poco de ambición y perseverancia.
Intento reconstruir los pasos que me han llevado a esta conferencia sobre “cómo mejorar tu economía”. Supe de la existencia de Amway a través de un portal de empleo. La oferta parecía prometedora, aunque un tanto imprecisa: “Start-Up de Barcelona enfocada en Nuevas Tendencias Económicas y Nuevos Mercados Emergentes busca un partner, no inversionista, con experiencia previa en su propio negocio o conocimientos relacionados en Marketing Digital, Community Manager o Social Media”.
Un poco al bulto les envié el CV (mi actividad periodístico-literaria aún no me permite comprar un yate como los que reposan en el Puerto Olímpico de Barcelona). Enseguida me llamaron para concertar entrevista. Nos citamos a media mañana en una cafetería de Plaza Urquinaona. De mediana edad, casi calvo, panzudo, el entrevistador parecía un hombre tranquilo y de exquisitos modales, aunque había algo indefinible en él que inducía a la sospecha y suscitaba rechazo.
Pedí un té verde, suspiré hondo y me dispuse a escuchar lo que tenía que decirme, que eran muchas cosas. Me habló del Network Marketing, un revolucionario concepto de negocio que suprimía los intermediarios inútiles y proporcionaba a sus practicantes libertad personal y financiera. Música en los oídos para cualquier desempleado o insatisfecho con su ocupación. Me vi obligado a interrumpir (el “empresario de éxito” no tenía ninguna prisa y ni siquiera prestaba atención a los whatsapp que llegaban sin descanso a su iPhone 5S) para presentar varias objeciones. Si el sistema era tan maravilloso, ¿cómo no se forraba todo el mundo? ¿Qué crisis global podría afectarnos con un paradigma empresarial tan perfecto? Ah, pero él me desarmaba con un discurso bien aprehendido: no invertimos en publicidad, las grandes cadenas de supermercados temen que se conozca nuestro modus operandi porque verían peligrar sus beneficios, hay millones de intereses creados que se esfuerzan en ocultar la mejor manera de aplicar las leyes del mercado…
Solo después de recrearse en las maravillas de Amway (la pujante Start-Up resultó ser la filial española del invisible gigante norteamericano) y de explicar los efectos fabulosos que me produciría la lectura de ciertos libros de grandes gurús de los negocios que se hicieron multimillonarios partiendo de la nada, se interesó brevemente en quién era yo, cómo me llamaba, qué edad tenía, de dónde había salido…. Incluso visitó este blog y se hizo seguidor de mi página en Facebook. Elogió mi conocimiento del mundo digital y destacó el mérito de haberse granjeado una comunidad de seguidores. “Eso es justo lo que necesitamos, Carlos. Con tantos fans no tendrás ningún problema en vender nuestros productos e ir progresando en el escalafón de la empresa”.
Vagamente entendí que me ofrecía un puesto de vendedor online (aunque él lo sazonaba en términos más prestigiosos como “emprendedor”). Podía, por ejemplo, desarrollar una página hablando maravillas de los productos de Amway (que abarcan nutrición, limpieza del hogar, cuidado personal y un largo etcétera). Cómo cerrar las ventas era asunto mío, aunque él se convertiría en el mentor que necesitaba para obtener beneficios que después compartiríamos como buenos hermanos. Solo recibiría dinero en función de lo que facturara y debía correr con todos los gastos inherentes a mi actividad.
La música comenzaba a desafinar. El coach notó mi falta de entusiasmo, así que prometió enviarme por e-mail unos documentos que me convencerían del increíble potencial escondido en el Network Marketing. Tras interiorizar la información estaría preparado para una segunda entrevista. Le seguí la corriente (parecer estúpido tiene su encanto), pero estreché su mano con la seguridad de que no volveríamos a vernos y la sensación de haber perdido una hora de mi vida.
Una nueva obsesión se ha apoderado del tiempo y la salud de los gestores de todo tipo de empresas: mejorar la reputación online. Se contratan profesionales expertos en marketing solo para conseguir que el rumor digital de la marca arrulle a los fanáticos de Google (que somos todos). Unas cuantas búsquedas me sirvieron para descubrir la desastrosa reputación de Amway, que en vano intentan disimular creando blogs o perfiles en foros ex profeso para hablar bien de la compañía.
Entre todos los testimonios destaco el de Eric Scheibeler, que tras diez años de trabajo alcanzó una posición prominente en la organización. Él define esta supuesta oportunidad como el gran “fiasco americano” que ha causado “carreras arruinadas, bancarrotas, ejecuciones de hipotecas y familias destruidas en todo el mundo”. En su e-book gratuito (en inglés) lo explica en detalle, pero en esencia el modelo de estafa consiste en persuadir al vendedor para que adquiera productos Amway (de precios tan desorbitados que ni siquiera se atreven a publicarlos, como se observa en esta captura de pantalla de su web):
Mi coachpractica lo que se conoce como venta piramidal, prohibida en muchos países (incluso en España, desde 1991) Así la define el BOE: “Se considera desleal, en cualquier circunstancia, crear, dirigir o promocionar un plan de venta en el que el consumidor o usuario realice una contraprestación a cambio de la oportunidad de recibir una compensación derivada de la entrada de otros consumidores o usuarios en el plan, y no de la venta o suministro de bienes o servicios”. Perfecta descripción de su actividad, pues los productos de Amway solo sirven como pretexto para meter más pollos en el horno (aunque si por un casual se venden, enseguida aseguran su pertinente comisión). Sin embargo ciertos subterfugios, unidos a generosas donaciones a ciertas campañas políticas, permiten que la compañía haya sobrevivido tantos años e incluso prosiga su estrategia de expansión internacional.
Según los datos que maneja Scheibeler, por cada mil comerciales de Amway que pierden dinero, dos o tres (¿los más afortunados o los más implacables?) recuperan su inversión. Porque no les basta con exigir la compra de productos que no interesan a nadie, sino que además les obligan a “formarse” en técnicas de venta mediante costosos cursos y talleres que deben pagar de su bolsillo. En ello basan su negocio los captadores que, como el tipo que me tocó en gracia, pretenden involucrar a los incautos en esta operación en la que siempre ganan y pierden los mismos. Para manipularlos utilizan toda clase de técnicas de presión y, una vez dentro, acosan a los individuos para que reserven más productos o atrapen a nuevos reclutas. El asunto es muy serio. Scheibeler asegura haber recibido cuatro reportes de compradores-vendedores que no han podido resistir y han acabado quitándose la vida.
Mi instinto periodístico latió con fuerza al vislumbrar el fraude de Amway. En vez de ignorar a mi mentor, como habría hecho cualquier persona razonable, decidí introducirme en su gaseosa realidad con objeto de documentarla y describirla en un reportaje.
Tercera parte del reportaje