A principios de verano o quizá un poco antes leí este libro de relatos del maestro John Fante. Ya había leído (años atrás y en inglés) algunos de los cuentos contenidos en The Big Hunger, que espero que acaben traduciendo aquí. Pero lo guardaba en la pila de recomendaciones pendientes. Todo lo que se puede decir sobre John Fante ya lo ha dicho y escrito Eduardo Margaretto en su espléndida biografía sobre Fante (libro del que colgué por aquí algunos extractos); conocí a Margaretto cuando vino a presentar su trabajo a Madrid, y me gustó de él no sólo su conocimiento exhaustivo sobre el autor de Pregúntale al polvo, sino que se nota que, como Fante, Margaretto es un tipo que ha vivido, que conoce el lado tenebroso de la calle, que ha experimentado muchas de las aflicciones que trataron de doblegar a los escritores que venera. Yo pensaba encontrarme con un catedrático aburrido y me encontré con alguien que refleja mucha experiencia en los ojos y en la sonrisa: eso se ve al primer vistazo, en el primer apretón de manos. Eduardo Margaretto es uno de los que valen, y Julia Martínez hizo un análisis envidiable del libro.
Pero volvamos a este conjunto de pequeñas historias. Aquí encontramos, de nuevo, a ese escritor cuyo eje principal, el eje sobre el que gravita su obra, vuelve a ser la familia. Me apasiona de John Fante que no oculta ese cúmulo de contradicciones tan propias de cada ser humano: Fante ama y odia por igual a los suyos, dependiendo del momento, de la situación, del estado de ánimo. En una línea tiene palabras de admiración para su padre y en la siguiente lo aborrece. Pero no pasa nada. Porque somos así. Lo valiente es reconocerlo.
El vino de la juventud se estructura en dos partes: "Vinazo", que contiene 13 cuentos, y "Últimas historias", que agrupa otros 7. En casi todos ellos se regresa a la infancia, en esos tiempos de penuria que reflejó a la perfección en Espera a la primavera, Bandini. Como es habitual, no faltan el humor y la piedad características de su obra. No voy a incidir más en el tema: de John Fante hay que leerse todo. Quiero dejar tres ejemplos de uno de los mejores relatos del libro, "Una esposa para Dino Rissi", porque demuestran esas cualidades que apuntaba antes: el juicio sobre sus padres, donde caben la piedad, la conmiseración, la rabia y el amor. Es admirable cómo Fante habla de ellos, incluso aunque los relatos contengan bastante de ficción:
Tenían más o menos la misma edad, pero treinta y cinco años habrían sido cuarenta y cinco si el rostro de mamá hubiera sido un lugar para medir el tiempo, mientras que para Coletta habrían sido veinticinco. En la cara de mamá se veían cuatro hijos, incluso se veía a Hugo; se veían siglos de preocupaciones, eras de esfuerzo, eones de trabajo y angustias. No había niños grabados en la cara de Coletta Drigo, ni preocupación, ni angustia; en su lugar se veía un extraño matiz de tránsito entre la juventud y la madurez; se veía emoción; se veían grandes ciudades, tiempos felices, todo un mundo maravilloso; y por encima de todo, su belleza, cabello negro, ojos negros, la blanquecina morenez del cutis.
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Entonces la sentimos detrás de nosotros, todos y cada uno al mismo tiempo, y antes de que nos volviéramos a mirarla, reconocimos el sufrimiento que latía a nuestras espaldas, que caía sobre nosotros, y entonces nos volvimos al mismo tiempo, y ella estaba allí mirándonos, y parecía que tenía un millón de años, mamá, nuestra madre, y nosotros, sus hijos, habíamos presentido su corazón roto, allí, en la puerta de la cocina, ocultando con el delantal la tristeza de sus manos desgastadas, mientras por la tierra yerma de sus mejillas resbalaban riachuelos de belleza desvanecida.
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Me dolió, mi padre me dolió, me dolió el aspecto que tenía, sus huesos baldados, sus manos huesudas y deformes, y a pesar de todo valientes, doloridas por tantos años de trabajo implacable. Ah, me dolió profundamente, en lo más hondo del corazón, donde sonó un grito, un sollozo que quería salir flotando hacia la cálida puesta de sol. Y de repente odié a mamá.
[Anagrama. Traducción de Antonio-Prometeo Moya]