En el salón de su casa tenía un cementerio. Colgadas de la pared, al lado de un mueble chino, sobre su orejero de lectura, tenía colocadas por orden las fotografías de todos sus muertos. Eran marcos de madera exactamente iguales, todos en filas sucesivas, colocados por orden de defunción. Su mujer, uno de sus hijos, amigos, familiares, escritores y artistas que marcaron su carrera; todos allí enterrados. Muchas tardes he pasado en su casa durante su enfermedad y jamás me habló de ellos; salvo ayer. Con un hilo de voz, tapado con una manta de viaje, me contó muchas cosas que no sabía de su vida. Después me hizo ir al trastero y coger la caja de herramientas. Me dijo dónde estaba el martillo y los clavos y entonces me señaló el lugar donde debía colgar la siguiente foto: la suya. Una vez enterrado, me pidió que le dejara solo.