—¿Ha pensado en volver a casarse?
—Mire, en el mundo hay hombres y mujeres, y después estaba Iliana. Para que yo volviera a casarme tendría que creer en la reencarnación.
—¿Por qué le gusta vivir tan aislado, tan lejos de todo?
—Verá, de joven viví en el centro de Viena, en un edificio de cuatro plantas. Éramos doce vecinos y pasaron años hasta que logré conocerlos a todos. A lo máximo que llegué fue a saludarles en la escalera y a hablar de la lluvia. Aborrezco vivir en comunidad. Nunca participé en una junta de vecinos y rehusé ser presidente en infinidad de ocasiones. Las reuniones de vecinos me dan ganas de vomitar. Es como compartir tu vida con desconocidos. Siento repugnancia al tocar los botones del ascensor, el olor a comida en el descansillo, me molestan esas bicicletas cochambrosas todo el día ahí en medio, odio compartir mi cubo de basura y oler la basura de los demás. Siento pánico de la intrincada instalación de gas, siempre pienso que los así llamados técnicos instaladores de gas son en verdad inmigrantes sin preparación que no conocen bien su trabajo. Con sólo ver el cuarto de contadores del sótano me entran temblores. Dependemos de que al estúpido de arriba no se le haya roto la lavadora y te inunde tu casa. Vivimos sobre bombas de relojería y no nos damos cuenta. Me encanta la soledad y el silencio. ¿Acaso tienes silencio en tu casa? ¿Es que acaso no te puede tocar una vecina loca que vea la televisión a todo volumen a las tres de la madrugada o un alcohólico psicópata que se mee todas las noches en la puerta de tu casa?
—Es usted un hombre polémico en su país. Se le ha tildado de arrogante, megalómano, egocéntrico…¿A usted de qué manera le afectan las críticas?
—Generalmente mis libros han tenido muy malas críticas, aunque curiosamente luego han recibido bastantes premios, lo que demuestra la absoluta estupidez de los críticos o la insoportable incompetencia de los jurados de los así llamados concursos literarios. Mi primera novela fue vapuleada en todos los medios de la manera más bochornosa y a punto consiguieron mi total desesperación y odio hacia la literatura. Pero luego me terminé acostumbrando a las majaderías y los disparates y ya nunca me preocuparon las criticas de esos personajes abyectos, siniestros y mediocres, escritores frustrados en su mayoría que alardean de su saber sin pudor, vomitando cursilería y ramplonería deficiente, escasez de neuronas y sobrepeso en vanidad. Ahora, hoy, lo que digan, me es total y absolutamente indiferente.
—¿Qué supone ésta luz mediterranea para usted?
—No crea que soy el típico centroeuropeo ansioso por broncearse que en cuanto puede se calza unos zuecos de goma y un pantalón corto. El sol, la duración de la luz…, no crea. Me provoca repulsión la sola idea de imaginarme embadurnado en cremas para tostarme al sol, como cruasanes con mantequilla. Me da asco el sudor.., sudar, ver el sudor de los demás, oler el sudor de la gente, el calor, el mal llamado paraíso que todo el mundo imagina con palmeritas y agua azul turquesa, es para mí la escena más espantosa de las escenas imaginables. El Caribe…, las playas de arena pegajosa donde la gente se mea sin contención.., y esos bares de playa, con lechugas plagadas de bichos y pescado sobado por manos de así llamados camareros temporales, llenas de callos y uñas largas. El calor, el sudor. Hoy soy feliz aquí, a estas horas, aquí, sobre esta silla de madera que cojea, hablando con usted, sólo con usted, nada de grupos, odio los grupos de gente, las reuniones con gente son insoportables, me resultan en todo momento repugnantes. Me siento bien al llegar a casa después de caminar sobre la nieve, encender el fuego, descalzarme y tocar el piano junto a un té humeante. ¿Es que acaso no lo entiende la gente?