Coincidía con ella todos los días en el gimnasio. Era agotador verla levantar constantemente pesas y mancuernas. Un día me atreví a dirigirle la palabra: le pedí que me abriera el bote de las vitaminas. Sentada en el banco de remos me miró de arriba a abajo, cogió el bote, y lo abrió sin esfuerzo. Las venas de sus brazos me hicieron tragar saliva. No me dijo nada, pero supe que no tenía nada que hacer. Esas cosas se notan.