Hace algún tiempo conté algo sobre William Kotzwinkle, así que os emplazo a ese post, por si alguien quiere saber más del autor. Aunque en Estados Unidos goza de bastante prestigio, me temo que en España no es muy conocido. Ojalá eso cambie con la publicación de esta novela breve y demoledora, en la que el escritor recrea (no es un spoiler porque en la publicidad del libro y en las entrevistas con Kotzwinkle se habla de esto mismo) la pérdida de su hijo.
A lo largo de 90 páginas, el narrador nos introduce de lleno en la noche del parto de su mujer, y lo hace mediante una escritura de una exactitud asombrosa, en la que no falta ni sobra nada y cada palabra está colocada y elegida en su justa medida. No sé si quienes no han sido padres (o madres) se sentirán tan arrastrados como yo por la historia y por los detalles, pero mientras leía los pasajes de Maternidad de Kotzwinkle me pareció regresar a ese momento, el momento del nacimiento de mi hijo, que os juro que es una experiencia que sólo puede entender del todo quien la haya vivido: el narrador, como digo, es preciso en cada uno de los detalles, y mientras lo leía pensaba: "Así es, así fue, Kotzwinkle sabe describir los estados de miedo y esperanza, de agobio y de incertidumbre". En algún pasaje, incluso, se me saltaron las lágrimas.
Navona comienza, con este título, una colección llamada "Los ineludibles", que, si no me equivoco, constará de cuatro títulos al año; títulos como éste, de culto en el extranjero, pero desconocidos en España. Espero grandes sorpresas en esta colección. Por último, una advertencia: este libro, de momento, no deberían leerlo quienes estén a punto de ser padres. Porque la historia deja tocado al lector. Que lo lean cuando haya pasado algo de tiempo y ya tengan a su bebé en los brazos. Os dejo con un extracto del inicio, en el momento en que la mujer ha roto aguas:
Ella lo miró con un castañeteo de dientes. No era lo que él había esperado; estaban los dos conmovidos y agitados como muñecos de trapo. Habían estudiado con atención los manuales de parto, habían practicado los ejercicios con regularidad y él había creído que el momento de la verdad sería una mera extensión de aquello, pero todo se había presentado sin transición. De pronto, se sentían arrastrados sobre un lecho rocoso. Ella tenía los ojos como una cría, llenos de asombro y terror, aunque conservaba la voz en calma y Laski se dio cuenta de que, pese al miedo y el castañeteo, estaba lista.
[Navona Editorial. Traducción de Enrique de Hériz]