Leí este texto (una conferencia muy breve que dio David Foster Wallace en una universidad norteamericana) hace tiempo, cuando la única posibilidad de acceder a él era mediante la compra del archivo digital. Detesto leer en la pantalla, pero lo pillé; y creo recordar que era barato. Pero, aunque el texto me gustó, el formato no me apasiona. Por eso soy de los pocos que, imagino, se lo habrán comprado también en papel. Para mí, leer en digital es como no tener nada, como leer agua: no me adapto, no sé fisgar adelante y atrás, no puedo oler las páginas, luego no soy capaz de encontrar el archivo en el disco duro. Ni siquiera lo recomendé por aquí. Ahora que lo tengo en papel, he podido disfrutarlo el doble (alguien me llamará dinosaurio, y tendrá razón, pero añadiré que me la suda: lo que me importa es mi propio goce). En cuanto al precio: ése es un asunto que no voy a discutir; evidentemente es caro, lo que indica que en algunas editoriales se están volviendo locos (por ejemplo: De la enfermedad, de Virginia Woolf, cuesta 8 euros y el texto de la autora apenas ocupa 30 páginas). Vale casi 14 euros y sólo los chiflados como yo lo compraremos.
Pero el libro, editado en pequeño formato y con tapas duras, es una minúscula joya del saber de DFW. Aquí ya no hay notas al pie, ni largas disquisiciones, ni frases interminables. Aquí hay apenas una frase por página, frases muy sencillas, pero que encierran pensamientos complejos (a mí me recuerda al libro de David Lynch, Atrapa al pez dorado). Eso quiere decir que el autor era bueno hiciera lo que hiciera. Voy a separar con espacios las frases de cada página, y así os dejo algunos ejemplos:
En las trincheras del día a día de la vida adulta, el ateísmo no existe.
No existe el hecho de no adorar nada.
Todo el mundo adora algo.
La única elección que tenemos es qué adoramos.
Y una razón excelente para elegir adorar a algún dios o alguna cosa de naturaleza espiritual –ya sea Jesucristo o Alá, Yavé o la diosa madre de la Wicca o las Cuatro Nobles Verdades o algún conjunto inquebrantable de principios éticos– es que prácticamente cualquier otra cosa que te pongas a adorar se te va a comer vivo.
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Y el supuesto "mundo real" no va a intentar disuadirte de que funciones bajo tu configuración por defecto, puesto que el supuesto "mundo real" de los hombres y del dinero y del poder ya va tirando bastante bien con el combustible del miedo y el desprecio, de la frustración, el ansia y la adoración de uno mismo.
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El tipo realmente importante de libertad implica atención, y conciencia, y disciplina, y esfuerzo, y ser capaz de preocuparse de verdad por otras personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, en una infinidad de pequeñas y nada apetecibles formas, día tras día.
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La verdad con V mayúscula tiene que ver con la vida antes de la muerte.
[Random House. Traducción de Javier Calvo]