José Antonio Llamas
El regreso
El sol camina, lento, apoyado en el bastón del alba;
como un anciano que, encorvado, parece mirar al suelo
que lo vio nacer, y sigue una vereda que lo devuelve a casa,
así también el sol bajando, cada amanecer, de la montaña.
como un anciano que, encorvado, parece mirar al suelo
que lo vio nacer, y sigue una vereda que lo devuelve a casa,
así también el sol bajando, cada amanecer, de la montaña.
La voz camina, lenta, apoyada en la razón que se acobarda,
que la sustenta para soportar el día que, sin recato alguno,
desnudo, se levanta; como una madre llama a cada hijo
por su nombre, sin olvidar que algunos de ellos yacen
en sepulcros ignorados.
que la sustenta para soportar el día que, sin recato alguno,
desnudo, se levanta; como una madre llama a cada hijo
por su nombre, sin olvidar que algunos de ellos yacen
en sepulcros ignorados.
Las lágrimas caminan, lentas, en las pálidas mejillas
del anciano que se sienta en una piedra, apoyado en el bastón,
viendo aparecer el sol en la montaña; como si fuera
a obrarse una vez más ese milagro de volver a ver
a toda la familia reunida en aquel ayer de nombres
y de voces y sonrisas e indescifrables llantos.
del anciano que se sienta en una piedra, apoyado en el bastón,
viendo aparecer el sol en la montaña; como si fuera
a obrarse una vez más ese milagro de volver a ver
a toda la familia reunida en aquel ayer de nombres
y de voces y sonrisas e indescifrables llantos.
Todo final es un final muy triste. Y aunque después acabe
siempre por el salir el sol y abrirse nuevamente una vereda,
no es lo mismo, y hay quien ya no quiere erguirse,
ni apoyarse en el bastón, ni regresar a casa.
siempre por el salir el sol y abrirse nuevamente una vereda,
no es lo mismo, y hay quien ya no quiere erguirse,
ni apoyarse en el bastón, ni regresar a casa.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
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